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Proyecto Visión 21

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NOTA: Estos comentarios reflejan nuestros pensamientos y reflexiones sobre un cierto tema en el momento en que fueron escritos. Los comentarios no son nunca la versión final de lo que pensamos y pueden o no guiar nuestras acciones en nuestro trabajo profesional. 

COMENTARIOS SEMANALES

La inteligencia artificial no busca la verdad… y parece que nosotros tampoco

En una reciente entrevista, la filósofa Carissa Véliz expresó que la inteligencia artificial “no busca la verdad”, explicando que la IA es “generadora de respuestas estadísticas” y, como consecuencia, genera “verosimilitud”, es decir, algo creíble, aceptable y hasta realista, pero sin consideración de la verdad.

Véliz, méxico-española y profesora en el Instituto de Ética de IA en la Universidad de Oxford, afirmó que las IA “No están entrenadas para pensar ni, por tanto, conocer sus propios límites de conocimiento”, lo cual causa una profunda preocupación porque muchas personas aceptan la información creada por la IA sin preocuparse si es verdadera o falsa.

Obviamente, en el contexto actual, la creación de noticias falsas y de imágenes falsificadas se ha hecho tan común que, más que un problema, ya se considera como algo que forma parte de la vida cotidiana y que espera que no nos suceda a nosotros al navegar en Internet o las redes sociales, de la misma manera que salimos a manejar a pesar de los accidentes de tránsito.

Pero la aceptación acrítica de la verosimilitud sin cuestionar su veracidad no nace en siglo 21, aunque las nuevas tecnologías han llevado esa actitud a nivel históricamente sin precedentes, provocando una situación en la que “todo es igual, nada es mejor”, como decía el tango Cambalache, subrayando que “lo mismo un burro que un gran profesor”.

Es verdad que en nuestra época siempre tenemos una pantalla frente a nosotros diciéndonos qué pensar y, más importante aún, que no pensar. Pero, desde cierta perspectiva, ese apego a lo verosímil, a lo ilusorio, a lo meramente aparente es tan antiguo por lo menos como nuestra cultura occidental, ya que separar la ilusión de lo real fue una de las primeras tareas a las que se dedicó la filosofía hace poco más de dos milenios y medio.

A lo largo de la historia, existen muchos ejemplos de la incapacidad humana de distinguir entre ficción y realidad y, simultáneamente, de apegarse a la ficción dejando de lado toda verdad. De hecho, ya Heráclito lamentaba que los seres humanos viven “dormidos”, sin ni siquiera tomar consciencia de sus propias vidas.

Más cerca en el tiempo, cuando los hermanos Lumière presentaron en 1895 el cortometraje “La llegada de un tren a la estación La Ciotat”, algunos miembros de la audiencia, desacostumbrados a ver imágenes móviles realistas, entraron en pánico pensado que el tren de la pantalla los arrollaría en la vida real.

Y no nos podemos olvidar del 30 de octubre de 1938, cuando la dramatización por Orson Wells de La Guerra de los Mundos provocó, por su verosimilitud, pánico entre oyentes que realmente creyeron que los marcianos estaban invadiendo New Jersey.

En definitiva, si la IA prefiere la verosimilitud por sobre la verdad es porque la IA es una creación nuestra que refleja (muy bien) nuestra creciente indiferencia a la “verdad”, al punto que la entrecomillamos para relativizarla como parte de nuestro hipernarcisismo. Por eso, tanto lo verosímil como lo inverosímil nos cautiva y atrapa.

Más allá del primer paso: La enseñanza de Lao Tzu sobre el camino de la vida

El conocido pensamiento de Lao Tzu indicando que “la travesía de mil kilómetros comienza con un solo paso” (Tao Te Ching, capítulo 64) se presenta como un llamado a superar la llamada “parálisis por análisis” y a decidirse a actuar como una manera de comenzar el proceso de alcanzar una meta o completar un proyecto. Pero, como toda expresión de sabiduría, no se trata solo de eso.

En este pensamiento, Lao Tzu enfatiza la sencillez, la humildad y la importancia de comenzar con acciones pequeñas y deliberadas para lograr grandes cosas, como si dijera que incluso las tareas más largas y difíciles tienen un punto de partida y que cada paso, por pequeño que sea, es esencial para un viaje más amplio.

A la vez, al reflexionar, percibimos que esta enseñanza se extiende mucho más allá de un simple y casi obvio consejo porque, en realidad, nos lleva a cuestionar si el viaje o la travesía tienen un sentido, un propósito o una dirección que se pueden conocer de antemano; si el camino es permanente y va en la dirección correcta; y si los pasos realmente nos hacen avanzar.

Sin embargo, ni la primera interpretación (autoayuda motivadora) ni la segunda (pensamiento calculador en busca de resultados) se ajustan a la idea presentada por Lao Tzu; solo revelan nuestra manera de pensar y actuar en un mundo inmerso en tecnociencia e hipercomercializado, donde todo se reduce (Byung-Chul Han) a “proyectos” y “creatividad”.

Veámoslo de esta manera: en la física clásica (Newton), se puede calcular la dirección y velocidad de una bola de billar si se la golpea de cierta manera, con cierta fuerza y desde cierto ángulo. Pero en ese contexto, ni la bola, ni la mesa de billar, ni el taco cambian después del golpe. Por el contrario, en el contexto de la vida, todo cambia todo el tiempo.

¿Qué pasaría si, con cada golpe, las bolas de billar cambiaran de tamaño o de color, o la mesa cambiara de dimensiones y surgieran nuevos agujeros, o el taco se volviera más largo o quizá incluso más pesado? Si eso sucediera, no habría forma de calcular por anticipado los resultados de golpear una bola. Y eso es lo que pasa en la vida: no se puede calcular por anticipado.

Por eso, debemos reconocer que en el centro de las enseñanzas de Lao Tzu se encuentra la noción de que el Dao, o el Camino, puede entenderse como una presencia orgánica y dinámica, no como un camino estrictamente definido y controlado. (Quizá sea conveniente recordar que el primer nombre que los primeros cristianos se daban a sí mismos era “los del camino”).

Desde esa perspectiva taoísta, podemos sugerir que el camino ya está presente, incluso si no es inmediatamente visible, y que no es necesario comprender o controlar completamente el Dao antes de embarcarse en la travesía.

En esencia, no se trata de un plan rígido, sino de abrirse a la experiencia, sabiendo que el camino emerge a medida que se avanza.

Incertidumbre existencial y búsqueda de sentido en el mundo posmoderno

El concepto de “mente dividida” es tan antiguo en la cultura occidental que ya Heráclito hablaba de ese tema hace dos milenios y medio, afirmando en el inicio de su libro que muchos de nosotros, aunque despiertos, vivimos dormidos. En este siglo 21 posmoderno, ese concepto se ha vuelto significativamente relevante en medio las complejidades de la vida moderna.

Seamos honestos: padecemos de tal sobrecarga informativa que ya no sabemos ni en qué creer y, por eso, vivimos en un constante estado de disonancia cognitiva y de ambigüedad epistemológica. Tratamos infructuosamente de reconciliar perspectivas, creencias y valores en conflicto entre ellos, exacerbando así la sensación de una mente dividida.

A la vez, avances tecnológicos (por ejemplo, las redes sociales) han fragmentado nuestra atención. La omnipresencia de la tecnología (siempre hay una pantalla frente a nuestros ojos), si bien ofrece numerosos beneficios, también ha contribuido a una pereza del pensar, disfrazada de “multitarea” que nos dificulta el cultivo de una sensación de paz interior y de concentración.

Y en todo el mundo las sociedades están experimentando una polarización cada vez mayor, con divisiones cada vez más profundas a lo largo de líneas políticas, ideológicas y culturales. Esta fragmentación social refleja, agudiza y amplifica la sensación de una mente dividida dentro de los individuos, generando innegables sentimientos de alienación, ansiedad y constante conflicto.

Por eso, nuestra existencia se vuelve incierta y tanta es la necesidad de encontrar significado y dirección para nuestra vida que los buscamos en los lugares más insólitos y menos efectivos. De hecho, esta búsqueda existencial puede llevarnos a conflictos internos aún más profundos al navegar entre diversas perspectivas sobre nuestro verdadero lugar en el mundo.

Y todo eso sucede en esta era posmoderna, caracterizada por el cuestionamiento de los sistemas de creencias tradicionales y por una búsqueda de significado en un mundo caótico, impredecible, ambiguo e incierto.

Estas genuinas preocupaciones existenciales pueden llevar a una sensación de falta de sentido o a aceptar que nuestra existencia quizá no tenga ningún propósito o significado inherente. El resultado es una mente dividida, es decir, un estado de conflicto interno causado por la presencia de negatividad y trauma almacenados en la mente subconsciente personal.

Pero la mente divida va más allá de un factor psicológico. De hecho, se trata de una dimensión filosófica y metafísica de la que pocas veces se habla y, cuando se lo hace, generalmente es de manera superficial al dejar de lado temas como la inevitabilidad de la muerte, la responsabilidad indelegable de cada persona de construir su propio mundo y la soledad de la condición humana en un universo percibido como indiferente.

Ya en la antigüedad un maestro itinerante enseñaba que “ninguna ciudad o casa divida contra sí misma prevalecerá.” Lamentablemente para nosotros, hemos transformado esa y otras expresiones de sabiduría en dogmas y credos y, aún peor, en herramientas de división y discriminación hasta el punto de separarnos a nosotros de nosotros mismos.

Quizá es hora de recuperar la sabiduría antigua y reactivar prácticas ancestrales. 

Necesitamos recuperar nuestro sentido de comunidad de individuos para ser libres juntos

Recientemente, en la pared de un restaurante, leí esta famosa frase del poeta turco Nâzım Hikmet (1902-1963): “Vivir como un árbol solitario y libre, como un bosque en hermandad”. Como sucede con los buenos poetas, la imaginación y la metáfora revela una importante, pero mayormente olvidada, verdad filosófica: somos quienes somos por estar en comunidad.

Con su palabras, Hikmet nos invita a considerar y contemplar esa yuxtaposición de ser un árbol en un bosque, de ser uno y muchos, de ser-ahí por ser-con, de ser libres en la interconexión con la libertad y la vida de los otros.

El árbol solitario representa la autonomía y la autosuficiencia personal (de la que hablaba, por ejemplo, Ralph Waldo Emerson). A la vez, el bosque simboliza la fortaleza y resiliencia que solamente emerge de los lazos comunales y del respaldo y respeto mutuos.

Esa superposición entre “árbol” y “ser humano” tiene una larga historia. De hecho, ya aparece en las escrituras hebreas en el relato del Edén y, más tarde, en Salmos, donde se compara a la persona justa con “un árbol plantado junto a corrientes de agua”.

En el contexto grecorromano, Ovidio, en su Metamorfosis, comparte la historia de Filemón y su esposa Baucis, quienes son premiados por su hospitalidad por Zeus y Hermes (quienes los habían visitado disfrazados). Luego de servir muchos años como guardianes de un templo a los dioses, al fallecer Filemón y Baucis se transforman en árboles entrelazados (un roble y un tilo), permaneciendo así unidos, pero distinguidos, por toda la eternidad.

Más cercano en el tiempo, en “Piedra de Sol” (1957), Octavio Paz presenta al inicio y al final del poema un “sauce de cristal” que, sin dejar de ser un “árbol bien plantado mas danzante” se transforma en un río que fluye, indicando la presencia de un continuo movimiento que, por su fuerza unificadora, inevitablemente recuerda a Heráclito.

Sin dudas, Paz evoca símbolos y mitos que dramatizan nuestra pertenencia a un eterno ciclo de vida multidimensional cuyas dimensiones universales y cósmicas olvidadas o devaluadas (léase comercializadas) en nuestra época.

Volvamos a Hikmet, quien enfatiza ese deseo fundamental de ser libres en el sentido de buscar y seguir nuestro propio camino en la vida sin tener que limitar nuestra vida a ciertas normas sociales o a presiones externas. Pero ese deseo queda contextualizado en otro deseo humano: el de pertenecer a una comunidad y compartir una experiencia de vida.

Buscar ser uno mismo requiere, al mismo tiempo, reconocer que somos parte de un ecosistema humano y no humano con que estamos inextricablemente conectados. El deseo de autonomía individual se contrabalancea con el reconocimiento de una responsabilidad comunitaria compartida.

Como lo propone el filósofo inglés Tim Freke, somos “individuos universales” o “unividuos”, para emplear su neologismo. Dicho de otro modo, para llegar a ser individuos debemos expandir nuestra consciencia para incorporar la historia pasada y futura de nuestra evolución.

En definitiva, somos el árbol y el bosque. Tomemos consciencia de la hermandad tanto a nivel comunitario como universal.

El apego adictivo al presente nos desconecta del pasado y nos atemoriza del futuro

Durante las últimas pocas décadas se ha popularizado casi hasta el cansancio la idea de “ahora” como el único punto de referencia de nuestra vida, una idea que, aunque atractiva, con demasiada frecuencia se devalúa y distorsiona de tal manera que se presenta como desconectarse de un pasado que ya pasó y no preocuparse por un futuro que aún no llega.

Sin embargo, esa interpretación de “ahora” como un efímero momento de total despreocupación e incluso de irresponsabilidad no tiene en cuenta que ni el pasado ya pasó ni el futuro no llegó, ni, mucho menos, tiene en cuenta que el “ahora” en el que se debe estar presente es un “ahora” extendido que conscientemente incluye tanto el pasado como el futuro.

Como dice el filósofo Tim Freke, el pasado no pasa, sino que se “apila” y, por eso, cada nuevo elemento (cada experiencia, cada pensamiento, cada recuerdo) que se suma a ese conglomerado del pasado cambia todo el pasado. Después de todo, solamente podemos acceder al pasado desde el presente y, como consecuencia, el pasado cambia constantemente.

Y como enseña el Dr. Otto Scharmer del MIT, el futuro no llega, sino que emerge. En cierta forma, el futuro siempre ya está ahí como una realidad adyacente potencial a la que solamente tenemos acceso cuando expandimos nuestra consciencia para incluirla. Dicho de otro modo, el futuro no es un evento cronológico (el “mañana”), sino una consciencia expandida.

Por eso, la idea de estar totalmente presente en el presente (a veces conocida como consciencia plena), lejos de ser un llamado a una vida despreocupada por las acciones o circunstancias anteriores o posteriores, es, de hecho, una convocatoria a llegar a tal nivel de presencia que incluye sinópticamente percepciones mutuamente interconectadas del pasado, el presente y el futuro.

Esto no es algo que se aprende mirando videítos ni, mucho menos, por medio de meras palabras. Como dijimos antes, es una convocatoria, un llamado en conjunto (literalmente) a una experiencia. Nadie aprende a nadar mirando videos de natación. Nadie entiende qué es el amor leyendo la definición en el diccionario.

En esta época de cambios constantes, profundos, inconsultos, inesperados e irreversibles que anticipan la llegada de una nueva etapa en la historia de la humanidad, encerrarse en un efímero “ahora” (representado en el salto de un mensaje a otro en las redes sociales) es un irresponsable mecanismo de defensa ante la responsabilidad que se requiere para cocrear el nuevo futuro y, por lo tanto, para transformar el pasado.

Estar presente en el presente no significa, como comúnmente se cree, someterse a la banalidad, la superficialidad y la trivialidad. Por el contrario, estar presente en el presente significa, paradójicamente, distanciarse de ese presente para poder verlo y entenderlo tanto desde el pasado como desde el futuro, es decir, desde una amplia perspectiva que permita examinar y desafiar los supuestos y las estructuras subyacentes que le dan forma al presente.

Estar comprometidos con el presente requiere una distancia filosófica y existencial para comprenderlo y transformarlo.

El hecho que tú no entiendas lo que yo hago no significa que yo lo haga mal

Recientemente una cierta organización me pidió ayuda para un proyecto comunitario que consistía en obtener un cierto número de entrevistas con un grupo sin contacto previo con esa organización. Implementé mi estrategia y en pocas horas sobrepasé el número mínimo de entrevistas que me habían pedido. Allí comenzaron los problemas.

La conclusión a la que llegaron los dirigentes que me contrataron es que yo había hecho trampa o cometido algún tipo de fraude o engaño porque, como me dijeron, “no había manera” de lograr el resultado que yo había logrado ya que ellos mismos lo habían intentado y no habían obtenido ni una sola respuesta.

Obviamente, no les interesó escuchar de mis décadas de experiencia en temas comunitarios, de mi formación en humanidades, incluyendo educación e idiomas, y de mi trabajo en proyectos de alcance comunitario en varios países. Lo único que les interesó era que si ellos no podían hacerlo y yo sí, entonces yo estaba haciendo algo mal.

Otro ejemplo. Alguien me llamó y me dijo, por recomendación de otra persona, necesitaba mis servicios para una traducción urgente. Como se trataba de un documento corto, completé la traducción y se la envié. Una semana después, la misma persona me llamó para ver cuándo le enviaría el texto. Le dije que se lo había enviado hacía ya una semana y se lo reenvié.

Pasaron varios días y recibí un nuevo llamado, esta vez para indicarme que no me pagarían porque al retraducir del español al inglés usando un traductor automático (esa persona no habla español) el resultado no coincidía con el texto que ellos me habían enviado. No hubo forma de explicar que traducir no es reemplazar palabras de un idioma por palabras de otro idioma.

Estos son ejemplos de personas que, por su arrogancia y su falta de humildad intelectual, creen que si ellos no saben algo o no pueden hacer algo, nadie puede hacerlo o, si alguien lo hace, la otra persona está haciendo trampa o realmente no sabe lo que hace. La ignorancia arrogante es uno de los grandes males de nuestra época, pero no es nuevo.

El antiguo mito de Procusto nos indica que desde tiempo inmemoriales existían aquellas personas incapaces de tolerar toda divergencia de lo que ellos aceptaban o consideraban “normal” porque se veían a ellas mismas como la “medida de todas las cosas”. Me pregunto cuánto más daño habría causado Procusto si hubiese tenido redes sociales a su disposición.

Podríamos también pensar en los desdichados prisioneros dentro de la caverna de la que habla Platón en su famosa alegoría, quienes consideran la realidad a su alcance como la totalidad de la realidad.

O el caso (contado por el Dr. Otto Scharmer) de dirigentes automotrices de Estados Unidos que  visitaron fábricas automatizadas de producción de vehículos en Japón y pensaron que los habían engañado porque en esas fábricas no había ni ruido ni personas ni inventario.

Como bien dijo el teólogo y filósofo Arturo Bravo Retamal, todo Procusto “es la antítesis del diálogo”. 

A veces, tras hacer camino al andar, el caminante intencionalmente deshace el camino

Como bien dice Antonio Machado en su conocido poema, “Caminante, no hay camino, / se hace camino al andar,” enfatizando algunas líneas más abajo que “Caminante no hay camino / sino estelas en la mar.” Pero no caben dudas de que algunos caminantes intencionalmente deshacen el camino andado para que nadie los siga.

Recientemente, en el Monte Shavano del sur del Colorado, con una elevación de poco más de 4300 metros, un grupo de 15 compañeros de trabajo llegaron a la cima, pero solamente 14 descendieron, eliminando las marcas del camino de descenso al bajar.

Sin esas marcas, el hombre abandonado no pudo encontrar el camino y se vio forzado a pasar una noche al aire libre, entre bajas temperaturas y fuertes vientos. Debió ser rescatado al día siguiente. Fue ubicado gracias a su celular y necesitó atención médica.

Paradójicamente, el ascenso a la montaña era una actividad para solidificar las relaciones entre los miembros del grupo. A pesar de ello, aparentemente nadie pensó que, al borrar el camino, se ponía en peligro la salud y quizá la vida de otras personas. O sí lo pensaron.

El poema de Machado parece sugerir que no existe un camino predeterminado a seguir y que el camino se despliega en cada momento del irrepetible proceso mismo de vivir. Incluso se podría interpretar como una invitación a rechazar normas e ideologías preestablecidas y a asumir la responsabilidad por nuestra propia vida, pero no de una manera egoísta o narcisista.

Por el contrario, en este mundo posmoderno, metamoderno, antropocénico o como quiera llamárselo, en constante y cataclísmicos cambios, donde construimos nuestra identidad sobre la base de separarnos de los otros y del universo, nos volvemos tan vulnerablemente protectores de nosotros mismos que intencionalmente borramos caminos y cerramos puertas para otros.

Construir caminos y dejar estelas en la mar es un acto de apertura a nuevas posibilidades al vivir al ritmo de la vida, en un perpetuo acto de cocreación que renueva nuestra propia identidad y nos reconectar con los otros, con el universo y con nosotros mismos dentro de un nuevo horizonte de existencia para el que no estamos preparados ni existe forma de prepararse. 

A la vez, debemos estar agradecidos por aquellos caminantes que abren nuevos caminos y que los dejan abiertos para que otros encuentren sus propios caminos, como la reciente caminata espacial por parte de la tripulación de la misión Polaris Dawn, la primera caminata espacial de una empresa privada.

En este caso, se trata de estelas en el espacio que forjan un nuevo futuro, que invitan a un viaje descubrimiento y de autodescubrimiento al ir más allá de los caminos ya transitados en nuestra búsqueda por sabiduría y significados más profundos.

La invitación no es nueva. El poema de Machado es un “punto de encuentro” de caminos ancestrales, incluyendo el “hodós” de Heráclito, el Tao y la conocida enseñanza de “Yo soy el camino”. Mientras muchos destruyen caminos, otros participan activamente en un dinámico peregrinaje por el camino de la vida. 

La peligrosa trivialización de discriminación y racismo en los medios sociales

Recientemente, por motivos conocidos solo por los desconocidos dioses que gobiernan los misteriosos algoritmos, comenzaron a aparecer en mis redes sociales cortos videos con un tema en común: discriminación y racismo. Pero el mensaje presentado en esos videos, lejos de solucionar ese grave problema social, apunta claramente a exacerbarlo.

En todos los casos se presentan variaciones de la misma escena: alguien es discriminado por su apariencia, su aptitud física o por la manera en que se viste y, como consecuencia, no se le permite a esa persona entrar a algún lugar o comprar algo. Luego se descubre que esa persona era en realidad el gerente del lugar, un millonario, o alguien influyente o muy bien conectado.

Y allí radica precisamente el problema de estos videítos: aparentemente, solo está mal discriminar a aquellos que, por su poder, autoridad o recursos, pueden defenderse a sí mismos e incluso imponer sanciones a quienes tuvieron actitudes racistas o discriminatorias.

En otras palabras, según estos videítos, la manera de evitar ser discriminado es alcanzar un escalón social por encima del discriminador, por ejemplo, acumulando una acaudalada cuenta bancaria, llegando a ser el dueño de la empresa, siendo familiar cercano de alguien poderoso y reconocido, o convirtiéndose en un “influencer”.

Sin embargo, una reflexión más profunda revela que, desde esa perspectiva, alguien podría creer que por tener mucho dinero, poder o influencia, eso le daría la oportunidad e incluso el derecho de discriminar sin reparos a quien quisiera. Y eso es exactamente lo que sucede en la vida real, como lo vemos y experimentamos casi todos los días.

Estos videos (y seguramente muchos otros similares sobre otros temas), lejos de elevar la consciencia de un problema real, proclaman que la razón por la que somos discriminados es que aún no hemos subido lo suficiente en la escalera del éxito como para que otros se vean forzados a aceptarnos o deban pagar las consecuencias de no hacerlo.

Aún peor, en muchos casos estos videítos presentan la discriminación en el contexto de alguien que intencionalmente oculta o enmascara su verdadera identidad para provocar ciertas reacciones y, aunque esas reacciones sean repugnantes e inaceptables, uno debe cuestionarse si el engaño es la mejor manera de desenmascarar la discriminación.

Debe quedar claro, entonces, que estos videos no son más que otro ejemplo no solo de mala información, superficial y dañina, sino de una profunda banalización de un serio problema social, con la única meta de lograr que las personas vean esos videos y, así, colectar “Me gusta”.

Nada nuevo. En la década de 1960, en su estudio sobre la banalidad del mal, la filósofa Hannah Arendt advertía sobre la peligrosidad de aquellos que actúan dentro de las reglas del sistema al que pertenecen, pero que no reflexionan ni sobre esas reglas ni sobre el origen o las consecuencias de sus acciones.

Seguimos igual, o quizá incluso peor, porque, como lo explica Arendt, al trivializar el mal contribuimos activa o pasivamente al horror del mal, anulando así todo pensamiento y diálogo.

De la ciencia ficción a la realidad: desdibujando fronteras y abrazando lo imaginal

Hace poco menos de 30 años (1995), el episodio “Exploradores” de Viaje a las Estrellas: Abismo Espacial 9 presentaba al comandante Benjamin Sisko creando una réplica de una antigua nave espacial impulsada por velas solares. Ahora, la NASA anunció que una nueva nave espacial desplegó con éxito sus velas solares.

También hace 30 años (1993), Parque Jurásico se enfocaba en recrear animales extintos, específicamente dinosaurios, usando material genético. En esa fantasía, con la tecnología apropiada y dejando de lado consideraciones éticas, se clonaban distintas especies de dinosaurios. Pero según la empresa Colossal Biosciences, estamos cerca de clonar mamuts.

En uno y otro caso (y en muchos otros ejemplos que podrían darse), la situación es la misma: lo que hace pocas décadas era solamente ciencia ficción presentada en el marco de una o dos horas de entretenimiento ahora se ha vuelto una realidad. No una posibilidad. No un tema de estudio, sino una realidad.

En el caso de las velas solares, la NASA confirmó en un comunicado de prensa que a la 1:33 pm (hora del este de Estados Unidos) del 29 de agosto pasado, el Sistema Avanzado de Velas Solares Compuestas (ACS3) desplegó con éxito la nueva tecnología. Un día después, Ben Lamm, CEO de Colossal Biosciences, informó que la “desextinción” de mamuts “está más cerca de lo que la gente cree”.

Cuando lo que antes era impensable ahora ya sucedió, cuando la ficción se vuelve real y la realidad supera a la ficción, cuando se desdibujan los límites entre fantasía y realidad, entre posible e imposible, en ese mismo instante es cuando deberíamos abrirnos y conectarnos con lo imaginal. Léase con cuidado: hablamos de lo imaginal, no de lo imaginario.

Henry Corbin, un filósofo y orientalista francés del siglo pasado, desarrolló la idea de lo imaginal como un concepto central en el contexto de la filosofía y misticismo sufí e islámico iraní.

Corbin distingue entre lo imaginario, que generalmente se asocia con fantasías o invenciones sin realidad, y lo imaginal, que refiere a una realidad intermediaria, un mundo autónomo y objetivo que es tan real como el mundo material o espiritual, pero que se percibe a través de la imaginación activa. Abrirse a lo imaginal es aprender a percibir un nuevo nivel de la realidad.

Obviamente, la ficción en general y la ciencia ficción ejemplifican, como también lo hace el arte, esa apertura mental y emocional, y en muchos casos incluso espiritual, hacia otro nivel de la realidad, o, como decía Corbin, a un “mundus imaginalis" en donde las formas espirituales y los símbolos adquieren una presencia concreta más allá de la razón y de las experiencias sensoriales.

De esa manera, lo absurdo, lo imposible y lo impensado dejan de ser meras excusas para consumir algo de entretenimiento, es decir, dejan de ser una forma de escape de la realidad, para convertirse en medios de acceso a niveles más profundos de esa misma realidad por medio de experiencias que no pueden ser reducidas ni a abstracciones ni a conceptos.

Astropolítica y carrera espacial corporativa: un peligroso renacimiento de las ambiciones coloniales

Mientras nosotros dedicamos toda nuestra atención a nuevos videos, toda nuestra preocupación a los “Me gusta” y toda nuestra ansiedad a los resultados de nuestro equipo favorito (del deporte que sea), la nueva exploración espacial parece peligrosamente recrear el imperialismo colonizador y explotador que ha prevalecido en el mundo desde hace medio milenio.

Desde hace décadas, expertos en el tema advierten que, más allá de la innegable curiosidad científica y de los impresionantes avances en tecnociencia, las claras ambiciones geopolíticas de los países participantes en la exploración espacial delatan el potencial de una nueva era de explotación y colonización, esta vez en el espacio.

Estamos exportando más allá de la Tierra las mismas conductas y actitudes que han llevado a la humanidad a su precaria situación actual de constantes conflictos en un planeta cada vez más degradado.

En ese contexto, la Dra. Mary-Jane Rubenstein, filósofa experta en ciencia y religión de la Universidad Wesleyana, ha señalado en varias ocasiones los innegables paralelos entre el imperialismo de la Edad Moderna (que, en vez de terminar, parece ahora trasladarse más allá de la atmósfera terrestre) y las actuales tareas de exploración espacial.

En su libro Astrotopía: La peligrosa religión de la carrera espacial corporativa, Rubenstein argumenta que, a diferencia de lo sucedido entre los siglos 15 al 19, el nuevo imperialismo utiliza “altas formas de tecnología”, antes impensables, enmarcadas en una especie de retórica “cuasi religiosa” con ideas como “destino cósmico” o “salvación de la humanidad”.

Además, se menciona una larga lista de “recursos naturales” que podrían “extraerse” de los asteroides, y se habla de “colonizar” la Luna o Marte, creando allí “un nuevo mundo”.

Si alguien duda de la existencia de esa retórica, basta mencionar que existen numerosas películas y series televisivas que se enfocan precisamente en presentar y propagar esa visión, que se asemeja más a la conquista por la fuerza, el comercio o la religión presentada por Asimov en la trilogía Fundación que a la visión casi utópica de Viaje a las Estrellas de Roddenberry.

Sea como fuere, el reciente lanzamiento (literalmente) de la exploración espacial corporativa, además de llevar a sus astronautas a quedar estancados en el espacio o de pasear a celebridades, genera serias preguntas sobre dejar de lado la ciencia para darle prioridad a las ganancias, sobre disputas sobre derechos y propiedades en el espacio, y sobre nuevas formas de injusticia y explotación.

Por su parte, el Dr. Bleddyn E. Bowen, experto en relaciones internacionales de la Universidad de Leicester, asegura en su libro El pecado original: poder, tecnología y guerra en el espacio exterior que la carrera espacial se basa en una “astropolítica” cuyo elemento esencial es “la capacidad militar de tener influencia global”, sin consideración de los seres humanos.

Llevar al espacio el pensamiento imperialista y colonizador de la modernidad es simplemente trasladar esas ideas a un nuevo lugar. Pero, como ya dice el final del Lazarillo de Tormes (1554), “nunca mejora la vida de quien sólo cambia de geografía, pero no de costumbres”.

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