Aunque toda la evidencia indica que el futuro ya no es continuidad del pasado y que no estamos preparados para ese nuevo futuro, aun así se insiste en regresar a una “normalidad” que nunca fue normal porque, de haberlo sido, nos hubiese permitido construir un futuro, en vez de languidecer y agonizar en medio de los caprichos de unos pocos.
Vivimos, sin dudas, en aquella época de la que hace milenios nos advirtió Lao Tzu, la época en la que los malvados destruyen el mundo para satisfacer su deseo de reinar, aunque se trate reinar sobre las cenizas.
Pero ¿cómo llegamos a este momento? ¿Cómo es posible que las personas improductivas de la sociedad (manipuladores y acumuladores que se venden al mejor postor, decía Erich Fromm) sean los más reconocidas y mejor recompensadas de la sociedad?
¿Cómo es posible que confundamos la realidad con la fantasía, la opinión con la verdad, la percepción con la realidad, el mapa con el territorio, la parte con el todo, el árbol con el bosque, lo superfluo con lo necesario, el creer con el pensar y el conocimiento con la sabiduría?
Un reciente artículo por el filósofo español Carlos Javier González Serrano ofrece una pista: carecemos de criterio propio. O, en otras palabras, no pensamos por nosotros mismos.
Por ejemplo (mi ejemplo, no el de González Serrano), sólo dos horas después de que terminase la reciente entrega de los premios Oscar se agotaron las existencias de vestidos y sombreros iguales o muy similares a los que usaron las más famosas actrices durante ese evento.
Surge entonces la pregunta: ¿Y por qué ya no pensamos por nosotros mismos ni tenemos un criterio propio? Porque, como bien dice González Serrano, la hiperestimulación, es decir, el “ruido” que constantemente nos rodea nos impide desarrollar la autonomía, la independencia y el juicio propios de una persona madura.
Recuerdo haber leído hace algunos años un reporte sobre cómo el fuerte ruido generado por grandes máquinas en lugares remotos (minas, pozos petroleros) afecta la salud de los pájaros, por que les impide detectar la presencia de depredadores y, entonces, los pájaros ni salen a buscar comida ni pueden cuidar a sus crías.
Otro “ruido”, el de las redes sociales, tiene un efecto similar en nosotros. González Serrano explica que el “ruido” de la actitud conflictiva, la agresión hacia el otro, la política divisiva y el uso excesivo de tecnología “nos tiene arrinconados” y nos impide “tener argumentos intelectuales”.
En pocas palabras, memes sí, pensamientos propios no.
Otro filósofo español, Daniel Innerarity, en un reciente artículo, describe nuestro tiempo como la época de “la ignorancia dañina”, es decir, hemos elevado a los ignorantes a altos puestos políticos desde donde causan increíble daño por no querer asesorarse. Sobran ejemplos de ese tipo de “superficialidad”, “ingenuidad” y “credulidad.”
Como resultado, el conocimiento ya no se aprecia, dice Innerarity. Algo tan antiguo que ya el profeta Isaías se quejaba de aquellos que intencionalmente a llaman a lo bueno malo y a la luz tinieblas.