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Proyecto Visión 21

Si sólo dejásemos de obsesionarnos con las copias quizá veríamos el original

Hace ya más de una década, cuando mi hija comenzaba sus estudios en historia del arte en una reconocida universidad, un día ella me explicó que sus profesores, cuando enseñaban sobre ciertas obras, nunca lo hacían basándose en copias, reproducciones o fotografías, sino solamente en los originales. De esa manera, todo el enfoque y el conocimiento era en la obra original.

Sinceramente creo que esa lección puede y debe aplicarse a todos los aspectos de nuestra vida ya que nos hemos acostumbrado tanto a ver copias, reproducciones e imágenes que, por esa misma costumbre, ya no tenemos ninguna relación son los originales y, peor aún, aceptamos esas versiones desvirtuadas y disminuidas como si fuesen los originales.

Por eso, por ejemplo, confundimos riqueza con dinero, amigos con “Me gusta”, conocimientos con sabiduría, poder con autoridad, y, en términos más generales el menú con la comida y el mapa con el territorio. 

Y, aunque genéticamente hablando, podría decirse que cada uno de nosotros es sólo una copia de una copia de una copia, y así sucesivamente, de algún antepasado “original” del que poco y nada conocemos, ese hecho de ser “copias de copias” no debería ser la razón para que todo nuestro mundo también se convierta en “copias de copias”. Pero eso es exactamente lo que sucede.

Recientemente alguien me comentó que él había tenido la oportunidad de visitar varios importantes lugares turísticos, incluyendo la Torre Eiffel, los canales de Venecia e incluso las pirámides de Egipto. Al continuar hablando, quedó claro que esta persona había visitado Las Vegas y visto réplicas de esos lugares, pero ciertamente no los originales.

Algo similar sucede con las llamadas “experiencias interactivas” de las grandes obras de arte en donde, por ejemplo, se reproducen las imágenes del cielorraso de la Capilla Sixtina de manera digital. Y aunque ver una reproducción de las grandes creaciones de Miguel Ángel es mejor que no ver ninguna, ese no es el punto. El punto es creer que al ver la copia uno ha visto el original.

Este tema es tan antiguo que, de hecho, parece haber sido uno de los temas que dio origen a la filosofía griega hace unos 2500 años, cuando Heráclito, Parménides, Platón y otros dedicaron largos debates y sesudos tratados a distinguir entre la realidad y la ilusión, lo permanente y lo fugaz, lo eterno y lo temporal, lo inmutable y lo mutable, y, en definitiva, ser y no ser.

A dos milenios y medio de aquellos orígenes, no solamente no hemos avanzado, sino que quizá la situación ha empeorado ahora que continuamente tenemos una pantalla delante de nosotros (una especie de versión tecnológica y portátil de la Caverna de Platón) que constantemente nos invita a aceptar la fantasía como la única realidad. Por eso, por ejemplo, hay personas que creen que “Titanic” es sólo una película y que nunca ocurrió en la vida real. 

Una cosa es clara: si la ilusión (fantasía) es lo único que conocemos, entonces esa ilusión indefectiblemente será toda nuestra realidad. 

 

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