Pocas dudas caben de que vivimos inmersos en una era en la que el pasado ejerce un control omnipresente en nuestras vidas. Ese control es tan fuerte que muchos (incluidos políticos influyentes y controversiales) buscan regresar al pasado o, al menos, intentan revivirlo.
En este contexto, surge la inquietante idea de que, al llenar todo el presente con el pasado, hemos relegado el futuro al olvido.
Esta proliferación del pasado no es simplemente una manifestación de nostalgia, sino más bien una tendencia que plantea profundas preguntas filosóficas y existenciales sobre cómo nuestra relación con el tiempo afecta nuestra perspectiva del futuro.
Por un lado, está claro que recordar y reflexionar sobre el pasado es esencial para nuestro aprendizaje y crecimiento continuo. Como bien señaló George Santayana, "aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo".
El pasado, con todas sus enseñanzas y experiencias, tiene un valor innegable que no puede subestimarse. Sin embargo, el problema surge cuando el pasado se convierte en una “morada segura” que no estamos dispuestos a abandonar y una “zona de comodidad” de la que no queremos salir.
Al mismo tiempo, el presente se ha convertido en un escenario en el que cada vez más individuos se encuentran atrapados en un ciclo incesante de recuerdos y experiencias pasadas porque los recuerdos proporcionan una sensación de control y certeza, es decir, una sensación de comprensión de lo que está sucediendo y también del futuro. Pero, en este proceso, ¿qué ha pasado con la noción de futuro?
La contemplación constante del pasado ha relegado el futuro a un rincón oscuro de nuestra psique colectiva. En otras palabras, hemos perdido la capacidad de soñar, de imaginar posibilidades y de anticipar lo que está por venir.
Nos hemos convertido en rehenes de un presente estático en el que el mañana se vislumbra como una repetición predecible del ayer. Esta mentalidad empobrece nuestras vidas y limita nuestro potencial porque nos impide co-crear un nuevo futuro.
"La imaginación es más importante que el conocimiento", afirmó Albert Einstein, destacando así la esencialidad de nuestra capacidad de imaginar y anticipar el futuro en nuestro desarrollo como individuos y como sociedad. Al ceder excesivamente al pasado, corremos el riesgo de descuidar nuestra visión del futuro.
Surge entonces la necesidad de establecer un equilibrio adecuado entre el pasado y el presente para no olvidarnos del futuro. No se trata de renunciar a nuestras raíces ni de descartar las lecciones aprendidas. Pero no podemos quedarnos ahí. Una planta o un árbol sano nunca desarrollará sólo raíces. A medida que crecemos, no podemos seguir viviendo en la cuna.
Además, es imperativo que fomentemos una cultura de anticipación y exploración, donde la curiosidad y la aspiración sean recompensadas, tanto en nosotros mismos como en nuestros semejantes.
Olvidar el futuro, generado por la saturación del presente con el pasado, es un laberinto en el que muchos entran sin darse cuenta. Recordemos que, si bien el pasado es un tesoro, el futuro se presenta como un horizonte de posibilidades.