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Proyecto Visión 21

No vemos lo que no queremos o no podemos ver hasta que lo buscamos

Recientemente leí una nota sobre un hombre que, caminando por un bosque en el estado de Oregón, Estados Unidos, repentinamente se encontró entre los árboles un carro volcado que las autoridades luego determinaron se trataba de un Porsche robado en 1997. Lo interesante del caso es que el vehículo, buscado durante décadas, estaba cerca de una transitada carretera.

Según los investigadores, prácticamente cualquier persona que pasase por ese lugar podría haber visto el carro con sólo mirar hacia abajo y un poco a la distancia. Pero aparentemente nadie lo hizo y, si alguien vio el Porsche robado, no lo reportó. 

En ese contexto, uno de los investigadores sugirió, obviamente en broma, que si un Pies Grandes (Bigfoot) hubiese estado parado junto al automóvil abandonado todo este tiempo, los conductores transitando por la carretera tampoco hubiesen visto al legendario homínido (que, según parece, aparece cada tanto en los bosques de Oregón).

Bromas aparte, la observación es válida: vemos lo que queremos y lo que podemos ver según las circunstancias en las que estemos. Y el resto de la realidad queda fuera de nuestra percepción, y, por lo tanto, fuera de nuestra consideración. 

Esa situación, obvia y estudiada en detalle, generalmente va acompañada de la creencia de que no existe nada más allá de la realidad percibida, es decir, de que lo que percibimos (vemos, escuchamos, sentimos) no solamente es real, sino que constituye toda la realidad. Pero no es así.

En sus tempranos meses, los bebés solamente pueden ver hasta cierta distancia, pero eso no significa que no exista una realidad más allá del horizonte que los bebés pueden ver. Contrariamente a los que los bebés creen, los padres no desaparecen cuando los bebés dejan de verlos ni reaparecen cuando los bebés los vuelven a ver.

Algunos años más tarde, habiendo ya desarrollado una mejor percepción espacial, los niños se adentran en la ardua tarea de expandir su percepción temporal que, en muchos casos, consiste en descubrir que hubo un mundo y una historia antes que ellos y que sus propios padres alguna vez fueron niños. 

En esa etapa de la niñez, la gran mayoría de los niños aún no puede procesar nociones temporales relacionadas con el pasado lejano (de hecho, ni siquiera con un pasado relativamente cercano) o con un futuro lejano (de hecho, ni siquiera con su propio futuro). Pero eso no significa que el pasado o el futuro no existan, sino que simplemente no se los percibe.

Mi hipótesis es que recién ahora los seres humanos estamos aprendiendo a ver el pasado (por eso, por ejemplo, ahora contamos con el telescopio espacial Webb) y recién estamos en los primerísimos pasos para aprender a percibir el futuro, como lo demuestra un reciente estudio por la Universidad de Pennsylvania sobre las bases neurobiológicas de percepción del futuro. 

En otras palabras, aún no hemos activado aquellas áreas del cerebro para “ver” el futuro. En cuanto al futuro, todos somos todavía bebés creyendo que el futuro que no podemos ver no existe. 

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