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Proyecto Visión 21

No somos ni los mejores, ni los únicos ni los más poderosos

Al final del episodio “Misión de Misericordia” de Viaje a las Estrellas (1-26, marzo de 1967), el famoso Capitán Kirk reflexiona sobre cuán difícil resulta aceptar que, a pesar de lo que uno pueda creer, los humanos no somos ni los mejores, ni los únicos ni los más poderosos en el universo.

En la fantasía de Viaje a las Estrellas, Kirk llega a esa doble conclusión (no somos los mejores y es duro aceptarlo) luego de un encuentro con los Organianos, una raza de seres incorpóreos que, desde el punto de vista evolutivo, están tan separados de los humanos como los humanos lo estamos de las amebas (según la opinión científica de Spock).

Siendo pura energía y pensamiento, los Organianos pueden, con solo desearlo, impedir una guerra galáctica, sin lastimar a nadie y sin pedir nada a cambio. (De allí el título del episodio). Ese nivel evolutivo, altruista y misericordioso resulta imposible de aceptar para aquellos que, como la Federación y los Klingons de la ficción, sólo se preparan para la guerra.

Dejando de lado toda ficción, recientes avances científicos resaltan la pequeñez y la fragilidad de los humanos. Por ejemplo, recientemente la Universidad del Oeste de Sydney descubrió un inmenso agujero negro que expele material cubriendo una distancia total de más de un millón de años luz. 

Para tener una idea de lo que esa distancia significa, deberíamos viajar unas 250.000 veces desde la tierra hasta la estrella más cercana en Alfa Centauri para recorrer una distancia similar. 

Y hace dos semanas, la Agencia Espacial Europea, usando telescopios en Chile, capturó una explosión causada por el choque de dos estrellas de neutrones que en 10 segundos produjo tanta energía como la que produce nuestro sol en 10 mil millones de años. 

En ese contexto, nuestras armas más destructivas, nuestras peleas más desagradables, nuestros deseos más intensos y nuestras metas más nobles resultan insignificantes y hasta desagradables (que es la palabra que usaron los Organianos para describir a los humanos.)

Esa insignificancia debería movernos a la humildad profunda, una humildad personal, intelectual y social que nos haga ver que nunca estuvimos en el centro del universo (como lo creyeron nuestros antepasados) y que tampoco estamos ni nunca estuvimos en la cima de la creación. 

Somos lo que somos: seres de efímera existencia viviendo en una pequeña roca en un distante brazo de una insignificante galaxia en un océano de incontables galaxias. Y probablemente no estamos solos ni nunca lo estuvimos en este universo. 

Pero, en vez de aceptar nuestra pequeñez y de tomarla como punto de partida para un profundo análisis de nuestra propia existencia (nuestro “lugar en el cosmos”, como pedía Max Scheler), reducimos al universo al punto de achicarlo tanto que quedamos existencialmente asfixiados por redes sociales, noticias falsas e irrelevantes (y narcisistas) opiniones. 

Quizá por eso, los Organianos (o sus equivalentes en la vida real) nos ven con tanto disgusto, porque aún no nos vemos ni como somos (“amebas cósmicas”), ni tampoco como podríamos llegar a ser. 

 

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