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Proyecto Visión 21

Ni la obsesión con el presente ni rechazar el presente resultan opciones viables

De la misma manera que ciertas personas sufren de la inflamación del apéndice, es decir, apendicitis, muchas personas sufren (o disfrutan, según sea el caso) de una metafórica inflamación del presente, que debería llamarse presentitis. En uno y otro caso, se trata de una situación que, tarde o temprano, deberá, literalmente, remediarse.

Para muchos, el presente (frecuentemente confundido con el “ahora”) es lo único que existe y, por eso, proclaman que se debe vivir en el presente y disfrutar del presente. Ya en la antigüedad se decía “Vivamos y comamos que mañana moriremos”. Esa actitud, elevada al nivel de presentitis, provoca tal encierro dentro del presente que el pasado y el futuro quedan olvidados.

De hecho, en varias ocasiones en las que tuve el privilegio de hablar ante grupos comunitarios sobre el nuevo futuro (o futuro emergente) la principal objeción a ese concepto fue que “lo único que existe es el presente”, entendiendo vivir en el presente como aprovechar al máximo “el poder del ahora”. 

Sin embargo, debe decirse que la presentitis reduce el “poder del ahora” a encerrarse dentro del presente y, como consecuencia, a desentenderse de las responsabilidades pasadas y futuras que toda persona debe asumir y enfrentar en algún momento de su vida. Perpetuar el presente impide abrir la mente y el corazón a las posibilidades y oportunidades que ofrece el futuro. 

Pero así como existen aquellos tan obsesionados con el presente que hacen del presente su único punto de referencia, también existen aquellos que, por la razón que sea, detestan al presente y se refugian en el pasado (la mayoría) o se autoengañan con un futuro ilusorio. (Aunque, como decía mi abuela, de ilusiones también se vive.)

Según el filósofo argentino Tomás Abraham, los “odiadores del presente”, como él los describe, siempre han existido. Son aquellos para quienes “todo tiempo pasado siempre fue mejor”, aquellos que se resisten a todo cambio y, aún más importante, se resisten a cambiar. Abraham asocia (con toda razón) a estos odiadores del presente con “letanías de moralismo”.

Pero ni el aferrarse obsesivamente al presente, ni el rechazarlo totalmente permiten vivir una vida plena. Según Abraham, odiar el presente (rechazarlo) impide abrir la mente a “las maravillas que existen y que se encuentran”. Y lo mismo podría decirse de aferrarse al presente, aunque en otro sentido: si se ve al presente como “la” gran maravilla, entonces se rechaza todo cambio.

Sin embargo, todo cambia. Las cosas cambian. El mundo cambia. La sociedad cambia. El universo no es el mismo que hace 14,5 mil millones de años. La tierra ya no es lo que era hace 4,5 mil millones de años. Los acelerados cambios políticos, sociales y tecnológicos del último siglo superan ampliamente los cambios en toda la historia anterior de la humanidad. 

Por eso, ni encerrarse dentro de un presente ficticio ni rechazar el presente en nombre de la melancolía del pasado o la ilusión del futuro resultan alternativas aceptables. Entonces ¿qué hacer? Cada uno debe decidir por su propia cuenta. 

 

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