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Proyecto Visión 21

La epidemia global de la desesperación silenciosa no se cura con vacunas

A mediados del siglo 19, en su famosa obra Walden, el ensayista y filósofo trascendental Henry David Thoreau escribió lo siguiente: “La mayor parte de los hombres viven vidas de silenciosa desesperación”. Y aunque ya han pasado muchos años desde 1854 hasta la fecha, esa desesperación no sólo se ha profundizado, sino que se ha globalizado.

Thoreau caracterizaba a esa desesperación (aquí parafraseo, no cito) como ese constante sentimiento de estar desperdiciando la vida y, simultáneamente, la creciente frustración de no querer o no poder hacer nada para cambiar esa situación. Dicho de otro modo, es la desesperación de vivir atrapados entre el fatalismo inmovilizador y el futuro que nunca llegó. 

En el caso específico de Estados Unidos, un reciente estudio hecho por la Fundación Familia Kaiser encontró que el 90 por ciento de los adultos encuestados cree que una crisis de salud mental afecta en la actualidad a todo el país. De hecho, según expertos de la mencionada fundación, esa crisis ya se detecta en niños de 8 años, que necesitan tratamiento por ansiedad.

¿Cuáles son las causas de esa crisis de salud mental, o desesperación silenciosa, que aqueja ahora a toda la humanidad y que comenzó, no por coincidencia, con la expansión de la Revolución Industrial hace casi dos siglos?

Obviamente, los límites de esta columna no permiten ofrecer una respuesta completa, por lo que solamente citaremos a la psicóloga española Marina Pinilla, quien, en un reciente artículo (agosto 2022) para el sitio Ethic.es, afirma que todos padecemos ahora del “síndrome del pensamiento acelerado” debido a las constantes estimulaciones creadas por la tecnología actual.

En otras palabras, casi toda la población del planeta se ve afectada por “la imposibilidad de desconectarse” del trabajo, de la sociedad, de las obligaciones e incluso de uno mismo. Esa hiperestimulación (por ejemplo, redes sociales y teléfonos inteligentes) crean una “precariedad psicológica” que nos impide “conectarnos con lo que realmente importa”.

El problema, obviamente, no es nuevo. Hace 2500 años, en el inicio mismo de la civilización occidental, Heráclito afirmaba en el principio de su libro que los seres humanos vivimos desconectados de “lo que es” (lo “importante” que menciona Pinilla), por lo que vivimos aferrados a nuestras propias ilusiones, a las que confundimos con la realidad. 

Siglos después (siglo 4 de nuestra era), en otro contexto, el rabino Shmuel bar Naḥmani expresó (Berakhot 55b) que los seres humanos, lejos de ver la realidad, sólo vemos nuestros propios pensamientos, o, mejor aún, sólo vemos nuestros propios sueños, coincidiendo con Heráclito (fragmento 1) que vivimos dormidos, aunque creamos que estamos despiertos. 

¡Qué paradoja! En un mundo en el que todo requiere nuestra atención, no le prestamos atención a nada. En un mundo en el que toda la información de nuestro interés está al alcance de nuestra mano, la sabiduría está más lejana que nunca. En un mundo en el que todo y todos estamos interconectados, estamos más separados unos de los otros que jamás en la historia. 

Por eso, vivimos vidas de silenciosa desesperación. 

 

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