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Proyecto Visión 21

Confiar ciegamente en la IA nos priva de contar nuestras propias historias

Hace pocos días, según reportes periodísticos, dos hermanas que estaban visitando como turistas una zona al oeste de la Isla de Hawaii y, desconociendo tanto la ruta como el lugar de destino, decidieron seguir las indicaciones del navegador satelital (GPS). Y lo hicieron tan bien que terminaron hundiendo su camioneta en el agua.

Tanto confiaban las hermanas en su GPS que cumplieron las indicaciones estrictamente, incluso conduciendo a alta velocidad por la rampa de descenso al mar, extrañadas (dijeron después) por la cantidad de botes en esa rampa y por las señales y gestos que les hacían las personas. 

Aún peor, las hermanas dijeron que no entendían por qué repentinamente su vehículo se había llenado de agua, al extremo que, aunque otros turistas se acercaron a ayudarlas para salir del carro, ellas inicialmente se negaron a hacerlo. Sólo después, cuando la situación llegó a ser casi insostenible, abandonaron el vehículo unos muy pocos minutos antes de que la camioneta se hundiera.

En entrevistas con los medios locales, la explicación de las hermanas fue sencilla: ellas querían ir al otro lado del puerto y el GPS les dijo que ese era el camino más corto. Por lo tanto, obedecieron ciegamente lo que dijo el GPS. Y ese es, estimados lectores, el problema: la obediencia ciega a la tecnología.

El caso de estas dos hermanas dista mucho de ser único. Por ejemplo, hace algunos años, decenas de automovilistas quedaron varados durante largas horas en caminos rurales de barro cuando el GPS les indicó que de esa manera podrían llegar en menos tiempo al Aeropuerto Internacional de Denver. Claramente, no era así.  Existen decenas de casos similares.

Pero esa fe ciega en el GPS, tan ciega que obnubila el sentido común e impide procesar tanto las señales de alerta como el verdadero peligro, ya no se limita al GPS. Ahora, por ejemplo, se confía acríticamente en ChatGPT. Y antes de que se crea que estoy exagerando, piénsese en lo que recientemente escribió el historiador y filósofo Yuval Noah Harari en YNet News.

Ya sabemos que el GPS y las redes sociales dominan nuestra mente y nuestras emociones, al punto que dejamos de pensar. A esa inevitable realidad, Harari le agrega otra inevitable (quizá) realidad: la que ChatGPT y sus amigos, parientes y descendientes manipulen el lenguaje humano de tal manera que como para crear historias tan convincentes que aceptaremos sin pensar.

Dicho de otro modo, mientras que en el pasado los poetas de Grecia escribieron sus mitos y los profetas de Israel sus escrituras, ahora ChatGPT escribirá (una IA, no nosotros) los nuevos mitos y las nuevas escrituras que nosotros, los humanos, usaremos para guiar cada aspecto de nuestra vida: relaciones, arte, música, leyes, religiones, política, ideas y culturas. 

Como bien dice Harari, la IA es un ET que ahora habita la tierra. Y las opciones son dos: o nosotros regulamos la IA o la inteligencia artificial nos regulará a nosotros. ¿Y si la IA nos regula haciéndonos creer que nosotros la estamos regulando? 

 

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