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Proyecto Visión 21

Aferrarse a “malas” ideas limita nuestro mundo y reduce nuestro entendimiento

Hace unos 20 millones de años (millón más, millón menos) nuestros distantes antepasados eran incapaces de distinguir entre el rojo y el verde, una situación desventajosa cuando uno debe decidir si una cierta fruta ya está lo suficientemente madura o no como para comérsela. De hecho, la evolución de la visión fue muy lenta y llevó millones de años ver el verde.

Por otra parte, más cercano en el tiempo, el filósofo griego Aristóteles razonaba hace unos 2400 años (año más, año menos) no solamente que la tierra era en el centro del universo, sino que el universo tenía un diámetro de unos 30 kilómetros medido desde la superficie de la tierra. De hecho, se decía que con una escalera suficientemente larga se podría llegar al fin del universo. 

Y este mes (día más, día menos) se anunció que el radio telescopio ALMA en Atacama, Chile, logró fotografiar el choque de dos estrellas, la explosión más luminosa jamás fotografiada que emite en sólo 10 segundos tanta energía como la energía que emitiría el sol en 10 mil millones de años. Es un alivio saber que estamos a 9 mil millones de años de distancia de esas estrellas. 

Pero ¿por qué compartimos estas historias, aparentemente tan disímiles? Porque cada una de ellas encierra una importante lección para cada uno de nosotros y es la lección de no aferrarse a ciertas ideas que tienen la desagradable consecuencia de reducir nuestro entendimiento y de limitar nuestro mundo. 

La historia sobre la evolución de la visión (ver Una visión molecular clara de cómo evolucionó la visión humana del color, Science Daily, 18 de diciembre de 2014) nos recuerda que las cosas no siempre fueron como son hoy. Creer que los humanos siempre vimos lo que ahora vemos es incorrecto. Asumir que lo que hoy hacemos es lo que siempre se hizo también es incorrecto. 

La historia sobre Aristóteles y el tamaño del universo (ver el artículo El Creciente Tamaño del Universo Conocido en ClassicHistory.net) deja en evidencia que ubicarnos en el centro del universo (sea desde un punto de vista espacial o desde una perspectiva psicológica) reduce nuestro universo y nos lleva a conclusiones equivocadas sobre la realidad. 

De hecho, poco después de Aristóteles, Eratóstenes calculó con una desviación de menos del 1 % el tamaño de la tierra y Aristarco determinó con bastante exactitud la distancia de la tierra a la luna, concluyendo que el universo era de un tamaño tan grande que si se pudiese ver a la tierra desde la estrella más cercana “la órbita de la tierra sería solamente un punto”. 

Y la tercera historia, sobre el hecho de que en sólo 10 segundos el choque de dos estrellas produce tanta energía como el sol en 10 mil millones de años nos hace ver la futilidad de aferrarse a la ilusión de que nosotros, los humanos, somos los mejores o los más poderosos en todo el universo. 

Las cosas cambian, el universo se expande y definitivamente no somos tan especiales. 

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