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Proyecto Visión 21

No todo lo que reluce es oro ni todo lo que aparenta ser humano lo es

Se ha dicho y con toda razón que no todo lo que reluce es oro, que a un libro no se lo juzga solamente por su portada y que las apariencias engañan. Todo eso es verdad, pero existe un caso que, en mi opinión, figura entre los peores engaños posibles y no se trata del proverbial lobo vestido como cordero, sino de algo incluso peor.

Como dije alguna vez en estas mismas columnas, no me molesta que, para Halloween, por ejemplo, las personas que se disfrazan de monstruos. Después de todo, al final de la fiesta se quitan las máscaras y deben mostrar su verdadero rostro. El verdadero horror son los monstruos que se disfrazan de personas y nunca se quitan la máscara ni muestran su verdadero rostro.

Vaya uno a saber por qué, quizá sea por la pandemia, quizá por las redes sociales, quizá por vivir en la agonía de un necrosistema que mata nuestra mente y nuestra alma, durante los últimos pocos años esos monstruos aparecen con mayor frecuencia y, en algunos casos, se han vuelto tan osados que ya no ocultan sus monstruosidades ni pretenden hacerlo. 

Pero algo queda claro: cuánto más interesado en servir a los otros se muestra alguien, mayores son las posibilidades de que esté tratando de servir a los otros como en aquel famoso episodio de Un Paso Allá (marzo de 1962) en el que los humanos tarde descubren que cuando sus benevolentes visitantes cósmicos hablan de “servir a los humanos” estaban hablando de un libro de recetas.

Sea como fuere, los monstruos vestidos de humanos parecen haber incrementado su número en tiempos recientes. O quizá siempre hubo muchos de ellos, pero ahora la crisis nos ha sensibilizado a tal punto que podemos percibirlos mejor que antes. Aunque nunca es posible estar totalmente seguro de haber detectado al monstruo posando como humano.

Después de todo, esos monstruos nos reciben con una sonrisa, nos dicen precisamente lo que queríamos escuchar y hasta nos prometen que nos van a dar precisamente lo que necesitamos. Y lo hacen. Ellos cumplen con sus promesas una y otra vez. De hecho, son tan cumplidores que llega el momento que ya no dudamos de ellos. Nos han quitado hasta el último vestigio de pensamiento crítico. 

Cuando eso sucede, si lo deseasen, los monstruos pueden quitarse su careta y mostrarse en toda su monstruosidad y nada cambiaría. Tanto confiamos en ellos, tan carismáticos son, tanto nos controlan por medio de nuestros miedos internos, que, incluso si pudiésemos ver la monstruosidad de los monstruos en todo su horroroso esplendor seguiríamos creyendo en ellos. 

En realidad, seguimos creyendo en ellos y esa es la verdadera monstruosidad: vivir una vida de autolimitaciones, sin nunca madurar, sin nunca crecer, sin nunca llegar a nuestro verdadero potencial, sin nunca conectarnos con nuestra mejor versión, sólo por creerles a los monstruos no solamente con los ojos cerrados, sino también con la mente y el corazón cerrados. 

Una cosa más: esos monstruos somos cada uno de nosotros.

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