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Proyecto Visión 21

¿Cuánto queda de nosotros si cada vez delegamos más en la tecnología?

Se dice y se repita hasta el cansancio que la tecnología no es ni buena ni mala, sino que depende de cómo se la use. De hecho, aunque repetida ad nauseam, esa idea lo único que logra es ocultar la esencia de la tecnología detrás de un enfoque utilitarista: si los resultados son buenos, entonces la tecnología es buena, confundiendo dos significados de “bueno” en una misma frase. 

Aún más, con demasiada frecuencia se entiende a la tecnología sólo como las máquinas y artefactos tecnológicos, pero la tecnología en sí no es ninguno de esos artefactos, de la misma manera que un árbol en sí no es un bosque. Y la tecnología tampoco es la colección de todos esos artefactos, de la misma manera que un conjunto de árboles no es un bosque.

Obviamente, no es este ni el momento ni el lugar de tratar de definir qué es la tecnología. Semejante tarea excede con mucho las limitadas aspiraciones de esta columna y excede aún más nuestra limitada capacidad de pensar y percibir la tecnología más allá de sus manifestaciones. 

Sólo diremos, entonces, que la tecnología es una manera de pensar, más específicamente, aquella manera de pensar que sirve de cimiento y tierra fértil para la creación de artefactos tecnológicos. Y uno de los elementos de esa manera de pensar es delegar en la tecnología actividades y tareas que hasta hace no mucho tiempo estaban reservadas sólo para los seres humanos.

En ese contexto, la llegada de teléfonos inteligentes, casas inteligentes y la Internet de las Cosas significa que elementos y artefactos que antes estaban separados unos de los otros ahora están interconectados y, como consecuencia, uno los puede regular. Por ejemplo, se puede usar una aplicación en el teléfono para regular la temperatura de la casa. 

Pero la nueva tecnología va mucho más allá de permitirnos ajustar nuestro ambiente. Los termostatos inteligentes, por ejemplo, aprenden a anticipar las necesidades y deseos de los residentes de una cierta vivienda y, como consecuencia, ajustan automáticamente la temperatura de la casa según si los dueños están o no allí y según la hora del día.

Simultáneamente, los refrigeradores inteligentes detectan, por ejemplo, que se necesita comprar más leche y, si está programado para hacerlo, el refrigerador comprará la leche. Pero esa misma nevera también puede determinar si la persona en cuestión está comiendo alimentos o ingredientes que, por su salud, no debería comer. Y la nevera puede contactar al médico. 

En definitiva, ya no tenemos que preocuparnos por la temperatura de la casa porque el termostato se encarga de eso ni por la comida que haya que comprar, porque el refrigerador se encarga de esa. A la vez, Google se encarga de que nos creamos sabios porque allí encontramos la información que buscábamos y Facebook se encarga de hacernos creer que tenemos amigos. 

El punto clave es que, intencionalmente o no, hemos delegado tanto en la tecnología y tanto más seguimos delegando que en poco tiempo ya no tendremos ni que pensar.

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