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Proyecto Visión 21

No debemos confundir el conocer nuestros problemas con el conocer nuestra vida

Recientemente, luego de una presentación comunitaria, una persona se acercó y me dijo: “Yo pensé que yo conocía mi vida, pero en realidad yo sólo conocía mis problemas”. Mi inesperada interlocutora ofreció un corto agradecimiento y prontamente se fue, dejándome con la sensación que su breve declaración expresaba y a la vez ocultaba una multitud de problemas.

Sin quererlo, o quizá plenamente consciente de lo que decía, esta persona expresó una verdad que muchas veces pasa desapercibida por la mayoría de nosotros: conocer nuestros problemas no significa conocer nuestra vida. Lamentablemente, esa confusión de “problemas” con “vida” reduce toda la vida a una interminable serie de problemas irresueltos.

Surge entonces la pregunta: ¿Por qué razón confundimos tener problemas con vivir? Entiéndase bien: la pregunta no es “¿Por qué siempre existen problemas en nuestra vida?”, una pregunta a la que filósofos, teólogos, poetas y fundadores de religiones, entre otros, han dado incontables respuestas. 

Nuestra pregunta no se enfoca en la razón de los problemas (o del sufrimiento, o del mal, como se lo quiera considerar), sino en la razón que nos lleva a asumir que vivir y tener problemas son una y la misma “cosa” (aunque, claro está, la vida no es una “cosa”). Una posible razón, si podemos acudir a Carl Jung, es nuestro nivel de madurez, o, mejor dicho, inmadurez.

Parafraseando a Jung, podemos decir que los problemas no se resuelven, sino que uno madura hasta superarlos. Pero para madurar debemos hacernos responsables de nuestras propias acciones y de los resultados de esas acciones. Por el contrario, lejos de invitarnos a asumir esa responsabilidad, nuestro contexto sociocultural nos invita a buscar a quién podemos culpar.

Por eso, como bien enseña el Padre Richard Rohr, pocos (si es que alguno lo logra) alcanzan esa “segunda mitad” de la vida, que no es una mitad cronológica, sino precisamente el asumir la responsabilidad por la propia vida, problemas incluidos. Pero esa tarea de meditación y de contemplación requiere mucho más esfuerzo que el de mirar un video o seguir a un influencer.

Una posible segunda respuesta sobre qué nos lleva a confundir “vida” con “problemas” es la creciente incapacidad de pensar que existen alternativas, es decir, que existen oportunidades y posibilidades aún no exploradas. Cuando el único mensaje que escuchamos es que para nosotros no existen opciones, tarde o temprano comenzamos a creerlo, incluso si ese mensaje es falso.

Esa situación me recuerda a la antigua historia de un elefante que, tras años de vivir encadenado, cuando finalmente se le remueven las cadenas sigue realizando el mismo recorrido que hacía antes, aunque podría caminar por hacia donde quisiese. Nuestras cadenas psicológicas son más pesadas y fuertes que las que se usan para encadenar a elefantes.

Existe aún otra posible respuesta: estamos tan distraídos que no le prestamos atención a nuestra propia vida. Como dice el conocido refrán, la vida es lo que nos pasa cuando estamos ocupados haciendo y pensando en otra cosa. Olvidarse de la vida significa olvidarse de sí mismo.

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