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Proyecto Visión 21

La realidad no sólo no mata los relatos, sino que ni siquiera les hace mella

Se repite con cierta frecuencia aquello de que “la realidad mata los relatos”, buscando expresar así que existen ciertos hechos o datos irrefutables que, al ser presentados o al tomar conocimiento de ellos, anulan relatos infundados o inverificables sobre la realidad. Lamentablemente, no es así.

Por ejemplo, los datos y las advertencias sobre las nocivas consecuencias de fumar, aunque se basen en sólida evidencia científica, poco hacen para cambiar la conducta de aquellos que desean fumar. Y lo mismo podría decirse de muchos otros productos y actividades que, aunque perjudiciales, siguen consumiéndose, usándose o practicándose.

De la misma manera, los argumentos racionales, las investigaciones históricas, las evidencias arqueológicas o lo que fuere que uno presente poco y nada hacen para cambiar los relatos de aquellos que prefieren seguir apegados a sus creencias, dogmas y doctrinas en vez de abrir su mente y corazón a la curiosidad y al asombro.

Y allí radica el centro de esta cuestión: nuestra peor adicción no es la adicción a las drogas, al dinero o a actividades inmorales. Nuestra peor adicción es que nos hemos vuelto adictos a nosotros mismos, como expresó el Padre Richard Rohr (si lo recuerdo bien).

Tan adictos nos hemos vuelto a nosotros mismos que todo pensamiento que no se ajuste a nuestras creencias o expectativas resulta inmediatamente rechazado y el causante de ese pensamiento indeseado queda marcado como hereje, traidor o mentiroso, siendo expulsado, anatematizado, excomulgado y enviado a un exilio real o social propio de otros tiempos.

En ese contexto, poco lugar queda (de hecho, no queda ningún lugar) para aquella actitud de curiosidad, aceptación y sana indignación que proponía Paulo Freire como base de una educación para la liberación. Y, como consecuencia, se repiten una y otra vez los mismos relatos sin otra base ni sustento que una mente y un corazón adictos sí mismos y separados de otros y del universo.

Eso relatos, o, mejor dicho, esas narrativas limitantes no solamente empequeñecen el mundo de los individuos, sino que resultan inmunes al diálogo creativo y a la empatía, perpetuando así (y hasta reproduciendo y expandiendo) un pensamiento acrítico, domesticado y superficial en el que se basan los actuales “órdenes sociales injustos” de los que hablaba Freire.

Como bien subrayaba este influyente pedagogo y pensador brasilero, (parafraseando) no hay un cambio en la educación sin que primero ocurra un cambio en el nivel de consciencia de los educadores. En un contexto más amplio, la Teoría U (Otto Scharmer) sostiene que todo cambio depende del nivel de consciencia del agente de cambio.

Pero los relatos limitantes no permiten cambio alguno, sino que sólo conducen a repetir el pasado o perpetuar el presente, negándose por eso a todo diálogo con “hechos” o con “datos” porque eso significaría un acto de introspección y una actitud de humildad.

Como ya indicamos, los datos no matan los relatos, por más descabellados que sean esos relatos. Ni siquiera les hacen un pequeño raspón. Pero los relatos pueden acallar los datos y cerrar la realidad.

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