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Proyecto Visión 21

Estamos tan solos, aislados y separados que buscamos compañía entre robots y la IA

Se suponía que las así llamadas “redes sociales” iban a acercarnos los unos a los otros, derribando las barreras del tiempo y del espacio para poder comunicarnos casi instantáneamente con casi cualquier persona. Pero el único resultado fue separarnos aún más y ofrecernos pseudo  “amigos”, superficiales videítos, y diálogos sólo con dibujos, pero no con palabras. 
 

Por eso, la epidemia de soledad y aislamiento ha llegado a niveles impensables hace sólo unas pocas décadas y, además, se ha globalizado. Y la solución que ofrecen los expertos es usar más de la misma tecnología que ha creado el aislamiento, indicando que los humanos pueden mantener “relaciones significativas” con robots humanoides inteligentes y con la IA.
 

Así por lo menos lo afirman tres catedráticos australianos (Michael Cowling, Joseph Crawford y Kelly-Ann Allen) que estudiaron cientos de casos de interacción entre humanos y “robots acompañantes” y concluyeron que esos robots ofrecen el “respaldo social” que esas personas no encuentran en otros humanos. 
 

Y es ahí donde surge la pregunta: ¿tanto nos hemos devaluado a nosotros mismos como humanos y, por lo tanto, hemos devaluado la humanidad de otros que nuestra única alternativa para no estar solos es estar con robots o “hablar” con la IA?
 

El problema no es cuán avanzada sea la IA o cuán humanos parezcan los robots humanoides. Ni tampoco radica el problema en las opciones que las IA y los robots puedan ofrecernos para no sentirnos (o estar) solos y aislados. El verdadero problema radica en que muchos humanos ya se “sienten mejor” (dicen los expertos australianos) con robots que incluso con amigos cercanos.
 

Y esas personas se “sienten mejor”, dicen esos expertos, incluso cuando esas personas saben que no gozan de los “beneficios sociales” usualmente adjudicados a relaciones sociales saludables. Dicho de otro modo, la relación con la IA (en todas sus expresiones) provee “beneficios funcionales y emocionales”, pero no genera el “sentido de pertenencia” a un grupo o comunidad. 
 

A la vez, parece que los humanos ya no podemos generar entre nosotros mismos ese sentido de pertenencia, ya que ahora “amigos” son aquellos que figuran en nuestra lista de contacto en las redes sociales (incluso si ni siquiera sabemos por qué están en esa lista) y “enemigos” son todos aquellos que no piensan como nosotros ni creen exactamente lo mismo que nosotros creemos.  
 

El estar alienados de nosotros mismos y el habernos separado, por eso mismo, de los otros seres humanos (el otro nunca es “otro como yo”) genera como consecuencia nuestra separación de la naturaleza o, si se prefiere, del universo, o incluso de la divinidad, un tema ampliamente analizado por Otto Scharmer (teoría de cambio) y por Iain McGilchrist (neurociencia).
 

Esa triple separación (de nosotros mismos, de los otros y de la naturaleza) no se resuelve acercándonos a los robots. Por el contrario, de esa manera la separación se agiganta hasta convertirse en un abismo. En nuestro deseo de humanizar a la IA y a los robots que no nos importa deshumanizarnos a nosotros mismos. 

 

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