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Proyecto Visión 21

Un anti-universo lleno de irrelevantes “factoides” y áspera “censura”

Recientemente me invitaron a participar en un encuentro virtual sobre el desproporcionado impacto psicológico, económico y social que los dos años de la actual pandemia ha tenido en la comunidad hispana de Estados Unidos, donde el 90 por ciento de los latinos perdieron empleos o importantes ingresos, y donde dos de cada tres latinos afirman que nunca se recuperarán.

Poco después de compartir las estadísticas que acabo de mencionar, alguien me interrumpió para decir que “la pandemia afectó a todos” (como si hablar del impacto de la pandemia en un grupo significase que otros grupos no fueron impactados) y que por favor yo no presentase solamente “factoides” (como si los datos allí presentados no estuviesen basados en serias investigaciones). 

Aclaré entonces que mi enfoque en cómo la pandemia afectó a los latinos se debía a que precisamente ese el tema del que se me había pedido hablar y que los datos compartidos (incluyendo el hecho de que, por la pandemia, la expectativa de vida de los hispanos en Estados Unidos se redujo en cuatro años) provenían de estudios nacionales realizados por reconocidas organizaciones (Asociación Estadounidense de Psicología, Lifeway Research, Pew Research Center, entre otras). 

Casi inmediatamente, otra persona, quien dijo ser la coordinadora de la conversación, aunque nunca fue presentada de esa manera, me dijo que tenía que interrumpirme porque era el momento de escuchar lo que otros participantes en el encuentro tenían para decir del tema. Como era de esperar, dado que ninguno de esos participantes era hispano o latino, nadie habló del tema.

En definitiva, no hay peor sordo que quien no quiere oír, y, en ese contexto, información de fuentes fidedignas y verificables se vuelve “factoide” (entendiendo “factoide” como una trivialidad a la que no se le debe prestar atención alguna) y el potencial diálogo se convierte en un ejercicio de censura de todo aquello que no quiere ser escuchado. 

Esa incapacidad, inhabilidad y falta de deseo de abrirse a un diálogo que a su vez lleva a abrirse a una nueva realidad sólo puede surgir de mentes y corazones cerrados, sin voluntad alguna de entender al otro y sin una pizca de empatía. Y ese campo social negativo, sea donde sea que surja en el mundo, tiene terribles consecuencias, a veces pequeñas, pero muchas veces inmensas.

Para ser claro y directo: las guerras no comienzan cuando se dispara la primera bala, sino cuando se termina el diálogo. A veces puede tratarse de una “guerra” (notar las comillas, por favor, casi infantil) entre adultos en el que alguien no le agrada lo que escucha. Y otras veces puede ser una guerra mundial. 

Por eso, en el marco de las circunstancias conocidas y que hoy todos enfrentamos, puede decirse que una nueva guerra global ya comenzó, aunque quizá sería mejor decir que la Segunda Guerra Mundial en realidad nunca terminó, sino que cambió de dimensión, como lo demuestran las numerosas guerras de los siglos 20 y 21. 

Quizá vivimos en un anti-universo en el que estamos continuamente retrocediendo. 

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