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Proyecto Visión 21

Taladremos túneles por la ilusión hasta llegar a la realidad

Una de las estrategias preferidas de los niños cuando algo les da miedo (por ejemplo, alguna película) es cerrar los ojos, creyendo que de esa manera el problema desaparece. O, como dice el refrán, “ojos que no ven, corazón que no siente”.

Ya adultos, quizá no cerramos los ojos, pero muchas veces nos negamos a enfrentar la realidad y empleamos estrategias tan inefectivas como la de los niños pequeños: Si no me subo a la balanza, entonces no tengo sobrepeso. Si no abro el balance del banco, entonces todavía tengo dinero. Si no me tomo la presión arterial, entonces no está alta.

Esos tipos de estrategias son innumerables, especialmente en una época en la que es cada vez más fácil distraerse, encontrar un culpable de lo que nos pasa y creer que existen soluciones fáciles para nuestros problemas.

Pero cerrar los ojos a la realidad, sea personal o social, no causa que la realidad que tanto nos amenaza deje de existir. El escapismo, cualquiera que sea la forma que adopte, noble o innoble, es una alternativa, pero no es una solución.

Mientras tanto, esa realidad que nos negamos a ver, esa situación a la que hemos dejado en la oscuridad, sigue impulsando y en muchos casos carcomiendo nuestras vidas, de la misma manera que, según algunos científicos, la materia negra y la energía negra, aunque invisibles, son las verdaderas fuerzas del universo.

La realidad siempre es dura. Tarde o temprano nos sorprende o nos golpea. Las promesas quedan sin cumplir. Los sueños nunca se realizan. Los amigos nos traicionan. Los proyectos se evaporan. El dolor nos rodea. Los problemas se acumulan.

Por eso resulta más fácil construir un mundo de fantasía y refugiarse en él, aunque ese mundo exista sólo en nuestra imaginación y sea para escapar la tortura de la vida, como el mundo de fantasía en el que se refugia Sam Lowry, el protagonista de la película Brazil (1985) cuando quiere escaparse de la burocracia y la tecnología.

El final feliz de la historia sucede sólo dentro de su mente.

También nosotros construimos nuestras fantasías y nuestros imaginarios finales felices, sea con ciertas creencias religiosas o espirituales, con la obsesión por el deporte, con la adicción a sustancias controladas o no tan controladas, o incluso con la fachada de una causa humanitaria que, por forzarnos a ayudar a otros, nos esconde de nuestros propios problemas.

Sea como fuere, muchos de nosotros nos negamos a ver la realidad (cada uno la realidad que le corresponda). Y lo hacemos de una manera tan inocente y peligrosa como cuando creemos que un cierto dolor desaparecerá por sí solo si no vamos al médico.

Si la ignorancia de la ley no es una excusa para no cumplir con la ley, la ignorancia de la realidad tampoco es excusa.

Uno de mis profesores de filosofía afirmaba frecuentemente que nuestra misión es “taladrar túneles hasta llegar a la realidad”. Quizá sea hora de cerrar nuestros ojos a las distracciones y abrirlos a la realidad.

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