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Proyecto Visión 21

Se terminó el diálogo interpersonal (quizá por falta de suficiente introspección)

Entre las numerosas consecuencias de la actual pandemia figura el aceleramiento de la adopción y uso de plataformas para reuniones virtuales por parte de personas que antes de la pandemia prácticamente no usaban ninguna tecnología. El propósito, se dijo y se dice, es fomentar el diálogo entre las personas cuando las reuniones cara a cara no son posibles o convenientes.

Pero eso diálogo deseado ya no existe. Su creciente inexistencia no se debe a que en las videoconferencias las personas se reducen a cuadraditos en la pantalla o a que el nivel de participación se ve limitado tanto por la tecnología en uso (que muchas veces es unidireccional) como por las opciones que esa tecnología ofrece para no participar. 

La inexistencia del diálogo se debe a que antes de que el diálogo comience los presuntos interlocutores ya decidieron no escucharse y, por lo tanto, nada de lo que se dice resulta relevante para el otro.

De esa manera, el diálogo ya no es ni siquiera una sucesión de monólogos alternados, sino más bien una superposición cacofónica de sonidos emitidos por narcisistas (lo admitan o no), incapaces de abrir sus mentes y corazones a otros o a sí mismos.

Recientemente, por ejemplo, completé un pedido en línea para un cierto restaurante y, a la hora indicada, fue a buscar la comida. Detrás del mostrador, una jovencita (probablemente todavía en la escuela secundaria), me pidió el nombre y se lo di. Inmediatamente me dijo que seguramente yo había hecho el pedido en otro restaurante.

Le dije que no y le enfaticé que yo había pedido la comida en el restaurante en el que estábamos. Me dijo entonces que probablemente yo había hecho el pedido en la misma cadena de restaurantes, pero en otro lugar. Le dije que no y le mostré el mensaje de confirmación del pedido, indicando que yo estaba en el lugar correcto.

Me dijo entonces que el pedido se hizo por teléfono y que no había sido procesado. Le mostré una vez más que el pedido se había hecho en línea y que estaba confirmado. La jovencita me dijo que no podía ayudarme porque ella no entendía lo que sucedía y llamó a alguien más para que me ayudase. 

Esta segunda persona, también muy joven, me hizo exactamente las mismas preguntas. Mis respuestas, obviamente, fueron las mismas. Y entonces, al final, esta segunda persona fue a llamar a una tercera y luego vino una cuarta y finalmente una quinta. Ninguna de esas cinco personas aceptó que el pedido se había hecho en línea y sin errores. 

Cuando todo parecía inútil y mi frustración ya era casi insoportable, llegó el supervisor del lugar, me pidió ver el número de confirmación, se dio vuelta, dijo “¿Francisco?”, dije “Sí”, e inmediatamente me dio la comida, que había estado ahí todo el tiempo. 

Una cosa más: esos jóvenes, tan incapaces de dialogar por estar encerrados dentro de sus cámaras de eco virtuales, son quienes representan el futuro de la humanidad y del planeta. 

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