Aún recuerdo (aunque no con nostalgia) aquella época no tan lejana en la que no vivíamos esclavizados a un teléfono inteligente como lo hacemos ahora, al extremo de que hasta nos aterroriza salir de la casa sin él. Sin embargo, según parece, en poco tiempo nuestra dependencia de la inteligencia artificial será aún más profunda, aunque quizá no tan manifiesta.
El 19 de diciembre de 2023, en su blog personal (GatesNotes), Bill Gates expresó lo siguiente: "Si tuviera que hacer una predicción, diría que estamos a entre 18 y 24 meses de alcanzar niveles significativos de uso de IA por parte de la población general". A seis meses de aquellas declaraciones, si esa predicción se cumple, eso significa que en 2025 la IA quedará integrada en nuestra vida cotidiana.
Sin embargo, no deberemos esperar hasta finales del próximo año, ya que, según Gates, este año marca, en sus palabras, “el inicio de una nueva era” o, si se prefiere, “el próximo capítulo del mundo”, cuando, debido al aceleramiento del progreso tecnológico, se reduce al mínimo el tiempo entre la aparición de una nueva tecnología (la IA) y su uso popular y en todos los niveles.
A la vez, debemos reconocer que no todos estamos o queremos estar preparados para el momento en el que la IA se haga cargo de los artefactos de nuestras casas, decida lo que podemos o debemos ver en las redes, diagnostique nuestras enfermedades, supervise la educación, conduzca carros y otros vehículos, se desempeñe como un compañero de trabajo y controle y administre nuestras finanzas.
Dicho de otra manera, cada vez está más cercano el día en el que la inteligencia artificial y las tecnologías asociadas dejen de ser una novedad, o un juguete para los ricos, o un lujo sólo para algunos y se conviertan en parte integral del funcionamiento de la sociedad actual, con la promesa (según algunos) de mejorar la calidad de nuestra vida.
Pero este cambio rápido, complejo, inconsulto y aparentemente irreversible puede generar temor al vernos intimidados por algo que se presenta como fuera de nuestro control, pero a la vez con la capacidad de controlarnos a nosotros. Porque no se trata primordialmente de verse desplazados por la IA o de perder un trabajo, sino de la posibilidad de que ya no seamos los agentes de nuestras propias vidas.
Además, es innegable que (como ya pasó con la Revolución Industrial), la IA, desarrollada y controlada por un puñado de grandes corporaciones, podría exacerbar las muchas desigualdades sociales ya existentes, creando una brecha aún mayor entre quienes tienen o no tienen acceso a las nuevas tecnologías. También surgen importantes preguntas éticas sobre la perpetuación de prejuicios por parte de la IA.
¿Tendremos la capacidad individual y colectiva de adaptarnos a estos rápidos y desafiantes cambios tecnológicos? ¿Podremos crear un sentido colectivo de entendimiento de la IA? ¿Qué nuevas narrativas surgirán para expresar nuestra nueva manera de ser humanos, sin caer ni en un triunfalismo ni en un determinismo tecnológico? Pronto lo sabremos.