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Proyecto Visión 21

No perdamos la importante conexión con nuestro pasado

Desde hace algunas semanas, cediendo a la presión y a las sugerencias de varios amigos, decidí instalar en mi teléfono celular una aplicación para conectarme directamente con Facebook, de manera que ahora estoy constantemente conectado con mis “amigos” y con sus actividades. La palabra clave es “constantemente.”

Debo confesar que no sé hasta dónde resulta una ventaja saber en cada momento lo que mis “amigos” están haciendo, ya que muchas veces la información que recibo ya la conozco mirando al calendario (no son pocos los que escriben “¡Es viernes!”) o mirando por la ventana (hay quien anuncia “¡Está lloviendo!” como si la lluvia fuese de su exclusiva propiedad.)

Además, cada vez que uno de mis “amigos” tiene alguna actividad o evento, aparece un mensaje en mi teléfono, como rogándome que no me olvide de algo que a alguno de mis contactos le pareció importante compartir.

Esa conexión con el presente resulta a veces más importante y útil que otras veces, ya que en la mayoría de los casos prevalece un sentido de superficialidad en esas cortísimas comunicaciones, escritas con frecuencia de tal manera que uno casi puede escuchar el llanto de Cervantes.

Por eso me agradó mucho la posibilidad que tuve recientemente de entrevistar a Virginia Sánchez, una historiadora independiente de la Sociedad de Genealogía Hispana de Colorado.

Sánchez me hizo ver que, aunque es muy importante estar conectados constantemente con el presente, no es menos importante y quizá sea más urgente conectarse con el pasado.

Parte de la urgencia radica en que está desapareciendo rápidamente la generación de aquellos nacidos en las primeras décadas del siglo XX, antes de la Segunda Guerra Mundial.

Se podría decir que esa es la última generación que todavía dependía de las historias que les contaban sus padres y sus abuelos para desarrollar sus propios valores e identidad, antes de la explosiva expansión de los medios masivos de comunicación y de la tecnología actual.

De mi conversación con Sánchez extraje dos conclusiones. Primero, nuestros ancianos tienen historias para contar y quieren contarlas (aunque la tarea no siempre resulta sencilla). Segundo, cada vez son menos los jóvenes interesados en escuchar o en compilar esas historias.

Para Sánchez, la inminente desaparición de aquella generación de personas ahora mayores de 80 años nos privará del acceso a recuerdos e historias que se remontan a por lo menos 200 años y en algunos casos aún mucho más.

Dicho de otro modo, en poco tiempo se cerrará la puerta a los testigos directos de generaciones pioneras (por ejemplo, varios países latinoamericanos celebran este año su bicentenario) y actos heroicos en grandes conflictos que cambiaron la historia del mundo.

Me gusta la idea de estar conectado constantemente con mi presente y saber lo que mis “amigos” hacen o piensan. Pero también me agrada la idea de estar constantemente conectado con mi pasado, con aquellos que muchas veces en silencio y anonimato construyeron el presente que hoy disfrutamos.

Creo que sólo así podremos construir un digno futuro para las siguientes generaciones

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