El conocido pensamiento de Lao Tzu indicando que “la travesía de mil kilómetros comienza con un solo paso” (Tao Te Ching, capítulo 64) se presenta como un llamado a superar la llamada “parálisis por análisis” y a decidirse a actuar como una manera de comenzar el proceso de alcanzar una meta o completar un proyecto. Pero, como toda expresión de sabiduría, no se trata solo de eso.
En este pensamiento, Lao Tzu enfatiza la sencillez, la humildad y la importancia de comenzar con acciones pequeñas y deliberadas para lograr grandes cosas, como si dijera que incluso las tareas más largas y difíciles tienen un punto de partida y que cada paso, por pequeño que sea, es esencial para un viaje más amplio.
A la vez, al reflexionar, percibimos que esta enseñanza se extiende mucho más allá de un simple y casi obvio consejo porque, en realidad, nos lleva a cuestionar si el viaje o la travesía tienen un sentido, un propósito o una dirección que se pueden conocer de antemano; si el camino es permanente y va en la dirección correcta; y si los pasos realmente nos hacen avanzar.
Sin embargo, ni la primera interpretación (autoayuda motivadora) ni la segunda (pensamiento calculador en busca de resultados) se ajustan a la idea presentada por Lao Tzu; solo revelan nuestra manera de pensar y actuar en un mundo inmerso en tecnociencia e hipercomercializado, donde todo se reduce (Byung-Chul Han) a “proyectos” y “creatividad”.
Veámoslo de esta manera: en la física clásica (Newton), se puede calcular la dirección y velocidad de una bola de billar si se la golpea de cierta manera, con cierta fuerza y desde cierto ángulo. Pero en ese contexto, ni la bola, ni la mesa de billar, ni el taco cambian después del golpe. Por el contrario, en el contexto de la vida, todo cambia todo el tiempo.
¿Qué pasaría si, con cada golpe, las bolas de billar cambiaran de tamaño o de color, o la mesa cambiara de dimensiones y surgieran nuevos agujeros, o el taco se volviera más largo o quizá incluso más pesado? Si eso sucediera, no habría forma de calcular por anticipado los resultados de golpear una bola. Y eso es lo que pasa en la vida: no se puede calcular por anticipado.
Por eso, debemos reconocer que en el centro de las enseñanzas de Lao Tzu se encuentra la noción de que el Dao, o el Camino, puede entenderse como una presencia orgánica y dinámica, no como un camino estrictamente definido y controlado. (Quizá sea conveniente recordar que el primer nombre que los primeros cristianos se daban a sí mismos era “los del camino”).
Desde esa perspectiva taoísta, podemos sugerir que el camino ya está presente, incluso si no es inmediatamente visible, y que no es necesario comprender o controlar completamente el Dao antes de embarcarse en la travesía.
En esencia, no se trata de un plan rígido, sino de abrirse a la experiencia, sabiendo que el camino emerge a medida que se avanza.