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Proyecto Visión 21

Los malos consejos en la infancia temprana arruinan el futuro de varias generaciones

Según un reciente estudio, la principal razón por la cual hombres latinos en Estados Unidos de entre 18 a 35 años no van a la universidad son los malos consejos que recibieron de sus padres y maestros antes de cumplir ocho años. Y esa es la misma razón por la cual esos latinos, si se inscriben en la universidad, nunca completan sus estudios. 

Uno podría pensar, como lo hicieron los investigadores, que las principales razones para no ir a la universidad incluirían falta de recursos económicos, o quizá falta de suficiente información, o incluso (como sucede con bastante frecuencia), inevitables responsabilidades familiares o laborales. Sin embargo, la lista la encabeza los malos consejos en la infancia.

Debido a que esos “consejos” (mejor dicho, expresiones negativas sobre los talentos y deseos del niño) llegan a una edad vulnerable en la vida, y debido a que esas expresiones provienen de figuras de indiscutible autoridad (a esa edad, se entiende), tales expresiones quedan indeleblemente grabadas en la memoria y en el subconsciente del niño quien, incluso ya adulto, no puede actuar de otra manera que en el marco de aquellos “consejos”. 

Me pregunto cuán orgullosos se sentirán aquellos padres y aquellos docentes si pudiesen descubrir el efecto destructor y a largo plazo que sus palabras y acciones tienen en la vida de sus hijos y de sus estudiantes. Pero ese efecto destructor de esa bomba de tiempo existencial que explota años y décadas después de haber sido activada, es mucho más que no ir a la universidad.

Otro reciente estudio indica que los hombres latinos de la edad mencionada en Estados Unidos son quienes menos noticias leen y escuchan y, de hecho, ni siquiera se informan sobre eventos actuales en las redes sociales. Como consecuencia, dice el estudio, los hombres latinos menores de 35 años son, entre todos los otros grupos, los más proclives a aceptar teorías de conspiración.

Aunque ninguno de los dos estudios mencionados habla explícitamente del otro, la conexión es (o debería ser) obvia: la falta de educación superior formal y, ante todo, la falta de desarrollo del pensamiento crítico propio (debido a los malos consejos en la infancia) crea una especie de vacío intelectual y existencial que se llena con cualquier cosa que pueda llenarlo. Literalmente cualquier cosa. 

Pero creer en teorías de conspiración y vivir según esas “teorías” tampoco es lo peor que les pasa a aquellos jóvenes latinos condenados por sus padres y maestros desde la infancia a nunca llegar a una vida realmente adulta. El peor resultado de la situación que ahora describimos es que esta misma situación negativa se repite con la siguiente generación. Se llama pobreza intergeneracional.

El siglo pasado (1966), el antropólogo Oscar Lewis describió la pobreza intergeneracional (o cultura de pobreza) no como falta de recursos económicos, sino como una “brecha en la comunicación” que impide que una generación prepare a la otra para el futuro de la generación más joven, condenándola a repetir el pasado y perpetuar el presente, sin futuro. 

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