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Proyecto Visión 21

La infobesidad actual se basa en alimentar el cerebro con información basura

Uno de los grandes desafíos para combatir y reducir el hambre en donde vivo (Colorado, Estados Unidos) es que aquellos que no padecen de hambre ni de inseguridad alimenticia creen que esos problemas no existen porque ellos no se ven directamente afectados. Sin embargo, una de cada diez personas en Colorado enfrenta hambre. 

Una de las principales razones por las que se asume que el hambre no existe es que las personas esperan ver a niños o adultos desnutridos cuando, dicen, muchas veces ven lo contrario. Lo que muchas personas no saben es que el hambre no sólo significa carecer de alimentos, sino también carecer de acceso a alimentos nutritivos. 

Por eso, cuando la gente pasa hambre o inseguridad alimenticia, come lo que puede, incluyendo comida chatarra de poca calidad. El resultado, paradójicamente, es que comer esa comida con poco valor nutritivo puede generar obesidad y muchas veces ese es el caso. 

De la misma manera que resulta difícil que las personas acepten la realidad del hambre en Colorado, Estados Unidos, en el siglo 21, también resulta difícil que las personas acepten la realidad de la falta de información en el mundo el siglo 21. En muchos casos, la negativa se debe a la confusión de “información” con distribución y publicación masiva y descontrolada de contenidos.

Pero, así como el consumir comida chatarra lleva a la obesidad, así también el continuo consumo de información basura (o chatarra) lleva a la infobesidad, un término acuñado hace poco más de una década y que sirve para hablar de esa información que, lejos de alimentar la mente y el alma, nos intoxica, nos llena de ansiedad y nos deja sin entender nada, sin importar cuánta información hayamos acumulado. 

La infobesidad y la infotoxicidad son reales y, aunque han existido desde hace décadas, se han incrementado exponencialmente en el contexto de la pandemia y aún mucho más en días recientes con el advenimiento de la peor guerra en Europa desde finales de la Segunda Guerra Mundial. 

De la misma manera que, en circunstancias extremas, el hambre lleva a comer cualquier comida sin importar su valor nutritivo ni las consecuencias a largo plazo, así también el hambre de información lleva a consumir cualquier tipo de información sin importar su origen, su validez, o las consecuencias de aceptar esa información como válida.

Aún peor, en esta época de la posverdad (que no significa que la verdad ya no existe, sino que la verdad se ha vuelto irrelevante), la infobesidad frecuentemente se superpone con “hechos alternativos” que, a su vez, se basan o dan origen a “realidades alternativas” y a “teorías de conspiración”. 

Y luego, debido al dulce sabor de la infobesidad que nos hace creer que ahora “sabemos”, surge al autoengaño de creer que ahora entendemos y de que, por lo tanto, vamos a entender aún más si consumimos más “información”. 

Para superar ese insalubre autoengaño se necesita hacer un ayuno informativo para no consumir todo lo que se presente ante nosotros, ni aunque sea atractivo. 

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