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Proyecto Visión 21

Es hora de dejar atrás nuestra infancia, tanto personal como global

En el tercer párrafo de su historia Transformación, Mary Shelley (autora de Frankenstein y de El último hombre) describe aptamente una situación personal y social que, a casi dos siglos de su publicación original en 1831, nos sigue afectando en nuestra época: la inmadurez personal y global de la humanidad. 

Shelley pone en boca del narrador de la historia este pensamiento: “Feliz tiempo para al corazón joven el universo de límites estrechos encadena nuestras energías físicas”. Según Shelley, esa felicidad se debe a que, en ese crucial momento de la vida, es decir, en la infancia, “la inocencia y la felicidad están unidas”. 

Pasada aquella etapa infantil, cuando ya adultos nos toca asumir las responsabilidades propias de la adultez y, por eso, debemos hacerle frente a la vida de la mejor manera posible, aquel mundo pequeño se expande y, con esa expansión llegan los temores, los problemas, los contratiempos, las angustias y el dolor. Y, en nuestra época, la soledad y la depresión.

Quizá por eso, muchas personas prefieren un universo estrecho o, mejor dicho, su propio universo estrecho, al que encadenan todas sus fuerzas físicas y psicológicas, considerándose los reyes y gobernantes de ese mundo fantasma que sólo existe en su imaginación y “protegiendo” a ese mundo con un individualismo y un narcisismo extremo.

Son personas a las que el padre Richard Rohr aptamente describe en su altamente recomendable libro Cayendo Hacia Arriba como incapaces, por el motivo que fuera, de alcanzar la “segunda mitad” de la vida, es decir, de comenzar a vivir como quienes realmente son y pueden llegar a ser, y ya no basándose en las enseñanzas, creencias, doctrinas, costumbres y tradiciones impuestas en la infancia.

Desde perspectivas muy distintas y en contextos muy diferentes, tanto Shelley como Rohr plantean una situación ya analizada en la antigüedad (Ovidio, Apuleyo) y también en tiempos modernos (Kafka): el momento de la transformación, de la metamorfosis, llega inevitablemente. La vida fluye, el tiempo pasa y no existen un solo momento en el que no hayamos cambiado.

Pero, aunque la transformación es inevitable, eso no significa que sea aceptada. De hecho, cuando la oruga comienza su propia metamorfosis, la oruga activa sus anticuerpos como si estuviese combatiendo una enfermedad. Pero la oruga no está enferma, sino sólo experimentando un proceso normal y natural de transformación en mariposa.

Nosotros, los humanos, tenemos nuestra propia forma de rechazar la transformación y de negarnos a aceptar la metamorfosis. Por ejemplo, aceptamos acríticamente todo lo que nos enseñaron en nuestra infancia y lo consideramos con la única y definitiva verdad, excluyendo así de nuestra vida, mente y corazón todo lo que esté de acuerdo con esa (supuesta) “verdad”.

Dicho de otro modo, nos aferramos a un universo estrecho, a un mundo pequeño y empequeñecido, que constantemente se vuelve más y más pequeño. Aquella chaqueta que de niño alegremente nos vestía ahora se transformó en una limitante chaqueta de fuerza. Por eso, como bien subraya Shelley, vivimos, sin necesidad alguna, vidas alocadas y miserables. 

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