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Proyecto Visión 21

En esta cultura de la memelogía, nos alejamos de lo inefable

No todos los métodos de transmitir ideas resultan adecuados para transmitir el mismo nivel de ideas. Ciertas ideas, ciertas conversaciones y ciertos temas requieren una cierta profundidad del lenguaje que permita precisamente compartir ideas “profundas” (que no deben confundirse con “académicas”), es decir, aquello de lo que surge y depende el sentido de la vida.

Pero en la actualidad, todo posible diálogo se inicia, se reduce y termina con un meme, ya no en su significado original de “unidad de información cultural compartida y difundida por imitación” (Richard Dawkins, El Gen Egoísta, 1976), sino con el significado práctico de cualquier dibujo divertido que sirva para expresar algún tipo de emoción o deseo, sin importar su origen.

El problema, obviamente, no el uso de memes. El problema surge cuando todo el lenguaje, toda comunicación se reducen a memes, sean imágenes, abreviaturas o expresiones tan repetidas y usadas que ya carecen de todo valor semántico. 

En ese contexto, todo diálogo se reduce a aquello que pueda responderse por medio de un meme y todo aquello que no tenga un meme como respuesta simplemente se ignora, en el doble sentido de no prestarle atención y de desconocer el tema. 

Aún peor, para hacerle una pregunta sin memes a otra persona, primero se debe esperar que esa otra persona revise todas sus redes sociales. Y cuando finalmente llega la oportunidad de hacer una pregunta, la respuesta casi indefectiblemente será un meme que, en opinión de quien responde, se ajusta adecuadamente a la respuesta necesaria en ese momento.

Y aún peor que lo peor, esos mismos memes se utilizan inescrupulosamente para expresar en las redes sociales sentimientos que antes uno expresaba (si lo hacía) con mucho cuidado o de manera más reservada. ¿Qué alguien se peleó con su pareja? Los memes nos revelan los detalles. ¿Alguien está de vacaciones en un centro turístico? La historia se cuenta con memes.

Esta vida memelógica reduce la vida y el lenguaje a su expresión mínima de superficialidad, es decir, donde mínimamente se reconoce al otro, al interlocutor, y donde mínimamente se usan las capacidades expresivas de los idiomas humanos. Por eso, aquellos temas existenciales que hacen que los humanos seamos humanos quedan excluidos del diálogo.

Y aún peor que lo peor de lo peor, debido a la facilidad de crear, copiar y compartir memes, muchas personas asumen que eso les da el derecho a “memeficar” todo diálogo y toda conversación en la que participan, infantilizando (en el sentido derogatorio del término) ese diálogo.

Entonces, cuando la vida nos golpea de tal manera que no hay meme posible que nos sirva, cuando se entrecruzan la vida y la muerte, el sentido y el sinsentido o el pasado y el futuro, cuando se debe pensar el planes, metas e intenciones, en ese momento, ya no sabemos ni qué decir ni que pensar porque no hemos desarrollado la capacidad de desmemeficarnos.

Existen en nuestra alma, en nuestra mente, en nuestro espíritu y en nuestro corazón innumerables expresiones totalmente inexpresables con memes. 

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