Recientemente me encontré, totalmente por causalidad, con un joven quien, poco después de comenzar una conversación informal, me indicó que ya había abandonado una cierta creencia limitante a la que estaba apegado desde la infancia. Pero antes de que yo pudiese decir algo quedó claro que este joven había reemplazado su creencia por otra tan limitante con la anterior.
Sé muy bien que las personas con frecuencia se apegan a una narrativa o historia particular que les ofrece una cierta comprensión del mundo que les permite sentirse seguros y hasta en control. Pero cuando esas narrativas son desafiadas (sea por cambios en la vida de la persona o cambios en el mundo), muchas personas prefieren no abandonar esa narrativa, aunque resulte inoperante.
La alternativa sería abrazar y activar un enfoque más flexible y fluido, es decir, una narrativa que permita y facilite el acceso a la realidad adyacente y a nuevas posibilidades, e incluso a un nuevo futuro, lo que se conoce como narrativa cuántica (parafraseando a David Boje).
Pero esa alternativa de activar una narrativa cuántica resulta casi imposible si alguien está tan aferrado, tan inmerso dentro de su propia narrativa que considera que esa narrativa constituye la totalidad de la realidad, del mundo, de la historia y hasta de las posibilidades que esa persona tiene para sí mismo en el presente y en el futuro.
Resulta obvio que ese es precisamente el efecto de las narrativas limitantes: atraparnos dentro de nuestra propia ficción por medio de una telaraña de representaciones mentales de los personajes, eventos y valores que definen el mundo presentado por esas narrativas. Pero tarde o temprano toda narrativa enfrenta desafíos cognitivos o emocionales que obligan a repensarlas.
Sin embargo, lamentablemente, en lugar de reconocer las limitaciones de su narrativa actual y de explorar nuevas formas de pensar y actuar para darle sentido a sus experiencias pasadas, presentes y futuras, muchas personas se aferran a una narrativa limitante simplemente porque ya la conocen o la reemplazan por otra narrativa igual de limitante, pero “nueva”.
Este patrón de intercambio de narrativas limitantes sin nunca llegar a una narrativa o historia cuántica (es decir, incierta, ambigua y compleja, pero siempre llena de posibilidades) refleja una tendencia humana fundamental a buscar certeza y estabilidad frente a la incertidumbre y el cambio, pero rechazando la oportunidad de madurar como persona frente a ese desafío.
Las razones de esta resistencia a dejar de lado una narrativa limitante y a activar una narrativa cuántica son complejas y se arraigan en las dinámicas psicológicas y cognitivas del compromiso narrativo, excediendo así los límites de este breve comentario.
Sea como fuere, queda claro que resulta muy difícil abandonar aquellas historias y creencias adquiridas acríticamente durante los años formativos de la infancia y adoptar una comprensión más abierta y multifacética de nuestras vidas.
Pero para avanzar hacia una comprensión más profunda del mundo y de nosotros mismos eso es lo que deberíamos hacer para reflejar la verdadera naturaleza de nuestras vidas y de la realidad.