Francisco Miraval
Sin dudas, el mundo cambió y esos cambios son profundos, rápidos, inconsultos e irreversibles. Mientras tanto, nosotros, por una variedad de motivos, estábamos distraídos, pensando en otras cosas y dedicándonos a otros temas y actividades a los que considerábamos más importantes o urgentes.
De hecho, parece que aquella distinción entre realidad e ilusión, entre conocimiento y opinión, por la que tanto lucharon los primeros filósofos griegos hace dos milenios y medio para entender y establecer, ya ha desaparecido y en esta época de post-verdad, la ilusión se ha transformado en algo más real que la realidad y el conocimiento y la opinión se han equiparado. El sabio y el ignorante son iguales.
Por eso, cuando todo cambia, lo cual implica que también nosotros estamos cambiando, nos negamos a ver o a aceptar el cambio y, en muchos casos, negamos incluso que el cambio nos afecte, proclamando que âesto siempre ha sucedidoâ y que la solución a los problemas actuales consiste en âeducar a los jóvenesâ para que sigan âlos caminos establecidosâ (como si los hubiera).
Ya nada nos asombra, nada nos motiva y nada nos conmueve. Lo hemos visto todo y lo sabemos todo y, por eso, no existe nada nuevo para nosotros. Ante cualquier evento, accidente, acontecimiento o descubrimiento, respondemos con âEso yo ya lo vi en una películaâ o âLo leí en Facebookâ o respuestas similares.
Como dijo Allan Bloom en 1968 en el prefacio a su libro sobre La República de Platón, âSiempre sucede que aquello que se nos presenta como algo común o absurdo, indica que no estamos abiertos a un misterioâ.
Dicho de otra manera, si al ver algo no podemos ver lo innegablemente nuevo en lo innegablemente viejo y solamente nos enfocamos en ver lo viejo, a lo que consideramos como âsentido comúnâ o âfamiliarâ o âya conocidoâ, esa actitud, dice Bloom, revela que nuestra mente (o nuestro corazón, o nuestro espíritu) no está abierto al misterio asociado con ese objeto o circunstancias.
Y mentes cerradas (o corazones cerrados, o manos cerradas) generan un âcampo social negativoâ (como dice Otto Scharmer) que comienza y termina con negar al otro como otro como yo. Pero no hay manera posible de conocer al otro si estamos y vivimos alienados de nosotros mismos al punto que ni siquiera sabemos quiénes somos en realidad.
Y, por estar desconectados de los otros y de nosotros mismos, estamos desconectados de la naturaleza y la mente universal expresada en esa naturaleza. Sin tomar consciencia de nuestra propia situación, descartamos las enseñanzas tradicionales como âobsoletasâ y aceptamos acríticamente cualquier nueva idea (o ideología), o moda, o tecnología que se cruza nuestro camino.
Quizá sea hora de revertir la actitud descripta por Bloom hace medio siglo y dejar de ver a lo común como algo común y lo absurdo como algo absurdo. Quizá haya que volver a la fluidez de la paradoja de la existencia, de la que tanto hablaban los primeros filósofos griegos, para reencontrarnos finalmente por primera vez con nosotros mismos.Â