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Proyecto Visión 21

El futuro atemoriza no por ser desconocido, sino porque nos conocemos a nosotros mismos

Se dice que no debemos preocuparnos del futuro porque aún no llegó (es un error, porque el futuro siempre ya está aquí) y se dice que no vale la pena pensar en el futuro porque no podemos conocerlo (otro error, pero más difícil de explicar, aunque las “memorias del futuro” de las que ya hablaba Agustín de Hipona pueden ayudar.)

Sea como fuere, tras un poco de reflexión debe quedar en claro que el miedo a un futuro desconocido no se basa en el desconocimiento de ese futuro, es decir, no es una cuestión epistemológica o gnoseológica porque resulta evidente que si conociésemos en detalle ese futuro aun así podríamos sentir temor. 

El miedo al futuro se basa en varios factores. Por ejemplo, las personas confunden el futuro con el mañana o con el porvenir, es decir, le adjudican una cierta temporalidad a lo que en realidad es un estado de conciencia. Más específicamente, el futuro es la expansión de la conciencia para conectarse con la mejor versión posible de uno mismo (versión imaginal, no imaginaria).

Aún peor, con frecuencia se confunde el futuro con repetición del pasado o con perpetuación del presente. Pero, como me gusta decir, si el pasado llena todo nuestro presente, entonces no hay lugar para el futuro, porque el futuro (volviendo al futuro como expansión de la consciencia) es el ámbito de las oportunidades y de las posibilidades.

Sólo una mente abierta puede percibir nuevas posibilidades. Sólo un corazón abierto puede conectarse con esas posibilidades. Y sólo una voluntad dispuesta puede llevarlas a la acción.

Para otros, el futuro es un lugar aterrador porque pensar en el futuro significa dos cosas: hacerse responsable de las consecuencias de nuestras decisiones en el presente y aceptar que, aunque no la ejerzamos, tenemos la capacidad de cocrear un futuro diferente al presente y al pasado.

Pero más allá de todas esas distintas explicaciones (algunas psicológicas, otras más filosóficas o existenciales), muchas personas tienen miedo al futuro porque de alguna manera (incluso inconsciente) sienten que el futuro significa cambio y, por lo tanto, ellas van a dejar de ser lo que ahora son. Dicho de otro modo, la oruga sabe ser oruga, pero no sabe ser mariposa. 

Podría decirse que resistirse al cambio es equivalente a tratar de tapar la luz del sol con el pulgar. Como se dice (sin entenderlo), el cambio es la única constante. Heráclito ya hablaba de su famoso río al cual no se puede ingresar dos veces. Y el salmista destacaba la vida íntegra como vivir junto a “aguas de vida” (es decir, agua en constante movimiento).

En definitiva, el futuro se vuelve aterrador cuando, como los prisioneros dentro de la caverna de Platón, creemos que no hay cambio posible y que no hay alternativa al presente. En ese contexto, seguimos repitiendo una y otra vez las mismas acciones esperando resultados distintos. Esa es la definición misma de locura. El futuro nos aterra porque nos obliga a mirar de frente a nuestra propia locura. 

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