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Proyecto Visión 21

El apego emocional a la ilusión quita toda prioridad de la realidad

Recuerdo aquella época cuando, todavía en mis primeros grados de la escuela primaria, me gustaba mirar una vez por semana en un pequeño televisor en blanco y negro un programa de lucha libre. Pero un día dejé de mirarlo cuando, para horror de mi mente infantil, uno de los luchadores quedó ensangrentado (a pesar de que yo lo veía solamente en blanco y negro).

Mi reacción emocional ante la sangre corriendo por el rostro del luchador enmascarado fue tan inmediata que recuerdo haber apagado el televisor (el único que había en toda la casa) y haberme ido a mi habitación, alarmado y disgustado por el “espectáculo”.

También recuerdo que años después, cuando uno de esos luchadores enmascarados de mi infancia se jubiló, le hicieron una entrevista para uno de los periódicos locales y en esa entrevista reveló que aquella pelea que lo había dejado ensangrentado era, como todas las otras peleas de su carrera, solamente una actuación en la que nunca hubo sangre real. Todo había sido una ilusión.

Me sentí, entonces, nuevamente disgustado, pero esta vez conmigo mismo, al reconocer que mis sentimientos y mi entendimiento de la realidad habían sido inteligentemente manipulados por actores. Mi única defensa fue recordar que, en el momento del incidente, yo era un niño pequeño incapaz de distinguir plenamente entre realidad y actuación.

Aquel incidente, que durante años quedó ignorado en algún polvoriento rincón de mi memoria, retornó inesperadamente a mi mente cuando leí en los últimos días un reporte indicando que, en Estados Unidos, entre 10 millones a 40 millones de personas, según distintas estadísticas, faltarían a sus trabajos para poder ver o por haber visto el final de una conocida serie de ficción.

Se trata de millones y millones de trabajadores, y no de niños de 6 años, para quienes saber quién se queda con un cierto trono imaginario es más importante, aunque sea por un día, que las obligaciones y responsabilidades de la vida diaria. Y esa prioridad que se le adjudica a la fantasía se basa en el apego emocional hacia los personajes de ficción.

Recuerdo haber leído cómo, tras el episodio final de la serie Friends en mayo de 2004, durante varias semanas los servicios de salud mental y de consejería psicológica en Florida y en otros estados se vieron desbordados por llamados o visitas de personas que reaccionaron ante el final de Friends con la misma sintomatología que hubiesen reaccionado ante el fallecimiento de una persona real cercana a ellos.

Situaciones similares se vivieron tras la cancelación o finalización de otras series e incluso tras la “muerte” de personajes de ficción, que numerosos televidentes erróneamente creían que se correspondía con la muerte real del actor o actriz que representaba a ese personaje.

En definitiva, las llamadas relaciones parasociales (relaciones psicológicamente activas entre una persona real y un personaje de ficción) son, paradójicamente, muy reales. De hecho, son tan reales que esconden la realidad y, por eso, se vuelven la realidad. Los enmascarados siguen engañándonos con sus actuaciones.  

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