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Proyecto Visión 21

Cuando llega la tormenta debemos sentirla con cuerpo y alma

Recientemente escuché en varias ocasiones la frase que dice que la mejor manera de hacerle frente a una tormenta (es decir, el caos en el que ahora vivimos) es estar cerca de la tormenta. Debo aclarar que, al principio, me pareció una sugerencia incorrecta porque, después de todo, ¿no es mejor alejarse de la tormenta y buscar un lugar seguro? 

Pero luego escuché una entrevista con un experto en seguridad marítima y esa entrevista me ayudó a entender mejor el significado profundo de la frase mencionada. 

En abril pasado, la Radio Nacional de Australia entrevistó a Brad Roberts, oficial de la Autoridad de Seguridad Marítima de ese país. En ese contexto, Roberts explicó que los capitanes de barco prefieren estar cerca de la tormenta porque así pueden “sentirla” de una manera estrictamente literal, es decir, sentirla con su cuerpo. 

“Sentir” la tormenta con el cuerpo lleva a que la tormenta “tenga sentido”, no como si se estuviese hablando de una definición en el diccionario o de una explicación histórica o científica, sino en el sentido (usado aquí intencionalmente) de que el capitán del barco “se conecta” con la tormenta. 

A la vez, los capitanes más experimentados “sienten” a sus barcos como extensiones de sí mismos, un sentimiento que saben transmitir a su tripulación. Eso les permite conectarse con el barco y con su tripulación como si todos fuesen “un solo organismo”, explicó Roberts. 

De esa manera, cuando llega una tormenta y la tormenta se vuelve inevitable, el capitán, su tripulación y el barco actúan en unidad no para luchar contra la tormenta, sino para saber dónde estar en cada momento de la tormenta, de modo que la tormenta no hunda el barco.

Según Roberts, sus investigaciones indican que aquellos capitanes que “buscan refugio” o se deciden a “esperar que llegue el rescate” tienden a enfrentar mayores problemas y peores consecuencias que aquellos que deciden hacerle frente a la tormenta. 

Estos últimos, subraya Roberts, utilizan no solamente sus instrumentos o sus conocimientos para tomar una decisión, sino sus propios cuerpos. Y, según Roberts, esa práctica del “conocimiento encarnado” (o “incorporado” si se entiende esta palabra en su sentido de “en el cuerpo”) se puede aplicar a casi cualquier circunstancia en la vida. 

Lamentablemente, agrego yo, no nos han educado como para “prestar atención” al cuerpo propio ni, mucho menos, para acceder a los conocimientos y a la sabiduría del cuerpo. Por eso, ya no somos parte de una tradición en la que el cuerpo es una de las “almas” (manifestaciones del ser) de cada uno de nosotros, y no solamente un elemento puramente material. 

De hecho, se nos enseña a rechazar a nuestro cuerpo, por ejemplo, no dejándolo descansar o modificándolo para que se alinee con tipos corporales socialmente más aceptados.

Como consecuencia de menospreciar a nuestro cuerpo, cuando llegan las tormentas de la vida (personales o globales), ya no estamos conectados ni siquiera con nosotros mismos como para responder adecuadamente a la tormenta. Aprendamos las lecciones de los sabios marineros.  

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