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Proyecto Visión 21

Cuando el diálogo es una excusa para el monólogo

Francisco Miraval

Como parte de mi trabajo como periodista, recientemente entrevisté al presidente regional de una importantísima y muy conocida corporación nacional. La entrevista, lamentablemente, no resultó buena, pero no por las razones que uno podría esperar.

El empresario en cuestión me recibió bien y me atendió muy bien, siempre respetuoso y siempre con una gran sonrisa. Nunca estuvo apurado y no hubo ninguna interrupción. De hecho, pareció dispuesto a tomarse todo el tiempo que fuese necesario para la entrevista. Hubo, sin embargo, un problema: sus respuestas.

Tras mi primera pregunta, el empresario respondió bien, pero su respuesta no tenía relación alguna con mi pregunta. Pasé entonces a la segunda pregunta y una vez más la respuesta, aunque buena, no era en realidad una respuesta. Y lo mismo pasó con las subsiguientes preguntas.

Sé muy bien que se les enseña a los ejecutivos y a otras personas importantes a no responder las preguntas que los periodistas les hacen, sino a responder a las preguntas que los periodistas deberían haber hecho. Pero en este caso no era eso lo que sucedía, como casi inmediatamente lo comprobé.

Luego de hablar conmigo, el empresario comenzó a hablar con otra persona. Por lo que pude escuchar, era la primera vez que se encontraban. La mujer, entonces, le preguntó algo al empresario y la respuesta del empresario fue palabra por palabra lo que ya me había dicho a mí, a pesar de que mi pregunta y la pregunta de la mujer habían sido muy distintas.

La situación se repitió con las otras preguntas que le hizo la mujer. Como siguiendo un estricto libreto, el acaudalado millonario siguió la misma secuencia de respuestas, siempre sin conexión alguna con lo que se le preguntaba y aparentemente sin importarle lo que la otra persona le preguntaba.

Y cuando el mismo empresario habló con una tercera persona, las mismas respuestas aparecieron en el mismo orden, independientemente de las preguntas que se le hacían.

¿Cómo puede alguien con tal evidente nivel de incapacidad para comunicarse con otros llegar a un puesto tan alto dentro de una grandísima corporación?, me pregunté. ¿Será precisamente por ignorar siempre lo que otros dicen y por ofrecer una y otra vez las mismas respuestas a cualquier pregunta que se le haga?

Debo decir que la situación, aunque no me llevó al enojo, me molestó porque claramente mi presencia nunca fue reconocida por este empresario. Si en vez de estar yo haciéndole las preguntas hubiese estado un hipopótamo, las respuestas hubiesen sido las mismas. Y si yo le hubiese preguntado sobre la legalización de la marihuana, el fin del mundo y los seres extraterrestres, las repuestas no hubiesen variado.

En definitiva, me encontré con alguien con tal nivel de narcisismo que no podía ni ver ni escuchar ni reconocer a otros, sino sólo a él mismo y lo que él quería decir y repetir una y otra vez. Y lo más asombroso es que maneja miles de millones de dólares con decisiones que afectan a millones de personas.

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