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Proyecto Visión 21

Creo que llegó el momento de volvernos gnómadas

Francisco Miraval

Alguna vez leí (pero no recuerdo dónde) sobre un pequeño animal marino que tiene un reducido cerebro que, sin embargo, le permite completar exitosamente una multitud de tareas. Pero ese animal tiene un problema: su cerebro desaparece si se queda quieto en un solo lugar.

El tema es este: mientras el animal vagabundea por el agua, su cerebro, por más pequeño que sea, le permite analizar la temperatura del agua, el movimiento de la corriente y la profundidad a la que el animal está nadando. Y, obviamente, controla los movimientos del animal en el momento de buscar comida.
Pero si el mismo animal encuentra una roca u otra superficie a la que adherirse, así lo hace. Por eso, no tiene que nadar y ya no necesita salir a buscar comida porque la corriente se la trae. Como consecuencia, su cerebro primero se atrofia y luego desaparece. Creo (pero no estoy seguro), que el cerebro no resurge si el animal se ve obligado a nadar otra vez.

Me parece que a muchos de nosotros nos pasa exactamente lo mismo. Encontramos un lugar en el que “anclarnos” (una familia, iglesia, universidad o ciudad), y allí nos quedamos. Y poco a poco nuestro cerebro se va atrofiando y, en muchos casos, llega a desaparecer, es decir, ya no podemos pensar nuevas ideas ni ser creativos.

Quizá por eso se dice que viajar es una de las mejores maneras de conocerse a uno mismo. Sea como fuere, no caben dudas que la rutina masificadora y deshumanizante en la que vivimos promueve el no pensar, el ajustarse acríticamente a esquemas propuestos sin analizarlos, el vivir sin hacer olas, el dejar de soñar y de imaginar.

Por eso, para recuperar nuestro cerebro pensante, propongo que volvamos a ser gnómadas, con “g” adelante. Todos sabemos que los nómadas (sin “g”) son aquellos que viven sin lugar fijo. Esa forma de vida, lejos de hacerlos primitivos, les permite conocer numerosos lugares y pueblos y vivir sólo con lo necesario (lo opuesto del medievalismo tecnológico en el que ahora estamos encerrados).

Pero mi propuesta no es ser nómadas geográficos, sino gnómadas, con “g”, como una manera de representar a “gnosis”, la palabra griega para “conocimiento”. Propongo, en definitiva, que seamos vagabundos del conocimiento, que recorramos distintos campos del saber, que nos encontremos con distintas culturas, que exploremos e intercambiemos.

A los gnómadas nos gusta leer libros que no entendemos, conversar con personas con quienes no estamos de acuerdo, mirar documentales sobre temas que desconocemos, aprender de maestros inesperados y tomarnos el tiempo para reencontrarnos con nosotros mismos y, por eso, con otros.

Nuestros pequeños cerebros apenas nos sirven para guiarnos por la vida, pero sabemos que nos estancamos, si nos encerramos dentro de una doctrina o ideología, nuestros cerebros se atrofiarán. No pretendemos tener razón, sino sólo pensar y hacerlo crítica y creativamente.

Los gnómadas sólo queremos llevar con nosotros las cosas esenciales de la vida. El resto se lo dejamos a quienes creen que ya lo tienen todo.

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