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Proyecto Visión 21

Compartir los conocimientos con humildad y respeto es la base de la sabiduría

Hace muchos años, cuando yo todavía estaba en la universidad y una de las materias de estudio era griego, en esa época fui a visitar a mis primos en Uruguay y al caminar por una playa noté una interesante inscripción en la puerta de una casa. Y dije: “Zoé. Vida”. Y seguí caminando.

Algunos cuantos pasos después, me detuve y descubrí que mis primos aún estaban frente a la puerta de la casa, mirando la misma inscripción en griego que yo había visto unos segundos antes, pero asombrados de que ahora finalmente alguien había “descifrado” el misterio de esa inscripción.

Me dijeron entonces que durante años habían pasado casi a diario por ese lugar, siempre notando esas extrañas tres letras frente a la casa, pero sin saber lo que significaban. Y un día, llegué yo y repentinamente les aclaro el significado. Pero la verdad es lo que para ellos fue “casi un milagro” para mi fue simplemente el resultado de algunos años de estudio del idioma griego. 

Recuerdo esa anécdota cada vez que en encuentro con alguien (como me sucedió recientemente) que asume que yo sé lo que yo sé (que, debo decirlo, es prácticamente nada) lo sé por haberlo absorbido de alguna fuente extraña, y no por haberle dedicado décadas al estudio. 

Dicho de otro modo, no tengo ningún superpoder ni hay nada mágico o sobrenatural en mis (escasísimos) conocimientos. De hecho, muchos de aquellos que antes o después que yo recorrieron un camino de estudios similar han llegado a niveles con los que yo sólo puedo soñar. Y situaciones como la que pasé hace años con mis primos me reubican en mi propia ignorancia.

Por eso, cuando me encuentro con alguien que logra asombrarme con lo sabe porque lo sabe espontáneamente y lo comparte sin alarde ni arrogancia, lo disfruto en gran manera.

Hace pocas semanas, por ejemplo, me encontró con una persona amiga simplemente para entregarle algo. Por la pandemia, convenimos que yo no bajaría del carro, por lo que la transferencia del paquete se hizo conmigo dentro del vehículo, y esta persona y yo ambos con nuestros brazos extendidos.

Tras recibir el paquete, esta persona me dijo “Eso no suena bien” y, usando solamente el sonido del carro en marcha, detectó con toda precisión un problema que de otra manera no hubiese sido detectado a tiempo y me hubiese costado más repararlo.

Yo puedo leer y entender griego, pero no puedo escuchar y entender carros como lo hace la persona que acabo de mencionar. No tiene sentido pedirle a esa persona que traduzca griego como no tiene sentido pedirme a mí que diagnostique el problema de un carro al escuchar su sonido. 

Pero sí tiene sentido compartir esos conocimientos cuando sea prudente, necesario o posible. Después de todo, compartir conocimientos con otros en las circunstancias adecuadas y en los momentos oportunos es la base misma de la sabiduría, tanto personal como colectiva, con la humildad de saber que uno no sabe y respetando a quienes saben. 

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