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Proyecto Visión 21

Aunque no me crean, las cosas pasan

Francisco Miraval

Viajé por primera vez a Estados Unidos en 1985. En aquel viaje, relacionado con un congreso de líderes religiosos, pasé a visitar a mi tío, que en ese momento vivía en algún lugar del estado de Nueva York.

Recuerdo que mi tío me llevó a pasear y que al transitar por un carretera (dónde, no sé), encendió el control de crucero del carro y el radar de proximidad con otros vehículos y, aprovechando que durante un largo trecho la carretera no tenía curvas, se puso a leer al diario. (Su acción fue mucho menos irresponsable de lo que muchos conductores hacen hoy cuando están detrás del volante distraídos por teléfonos celulares.)

De regreso en Argentina, les comenté a mis alumnos en la clase de filosofía que yo enseñaba en aquella época sobre aquella experiencia de viajar en un automóvil con la tecnología necesaria como para permitirse ciertas “distracciones” en ciertos momentos sin por eso perder el control del carro y sin poner a sus ocupantes en peligro.

Mis estudiantes simplemente no me creyeron. De hecho, algunos sugirieron que yo había creado toda la historia basándome en alguna serie de televisión con el único propósito de impresionarlos a ellos.

Pero la experiencia fue real, y aquella tecnología que usaba el carro de mi tío hoy ha sido reemplazada por nuevas tecnologías de avanzada que proveen aún más seguridad para los ocupantes del vehículo (lo cual no debe ser confundido con una invitación a conducir distraídos).

A finales de la década de 1990, ya en Estados Unidos, comencé a dictar clases para pequeños empresarios y, en una ocasión, les comenté que llegaría el día que la radio de los automóviles sería reemplazada por una computadora. Tampoco me creyeron, insistiendo que las computadoras eran demasiado grandes como para incorporarse a un automóvil y que los carros no necesitaban de computadoras.

En la actualidad, como todos sabemos, un carro sin computadoras es prácticamente obsoleto.

En el primer caso, mis estudiantes no pudieron visualizar ni entender una tecnología que no conocían y con la que jamás habían interactuado. En el segundo caso, mis estudiantes asumieron erróneamente que la tecnología futura sería una continuidad de la tecnología actual. Sea como fuere, y a pesar de sus protestas y argumentos, esos estudiantes estaban equivocados y tarde o temprano seguramente reconocieron su error.

Desde hace dos años dicto una clase de filosofía en una pequeña universidad privada en Denver. En esa clase, recientemente comencé a hablar de trans-humanismo, es decir, de aquel momento (para algunos, inminente) en que los seres humanos alcanzarán inmortalidad al transformarse en entidades con cuerpos holográficos y cerebros digitales. Como era de esperar, mis alumnos tampoco me creyeron.

Debo confesar que no sé si los trans-humanos digitales realmente existirán. No tengo el don de anticipar el futuro. Pero sí puedo decir que el pasado 26 de abril la Universidad de Electrocomunicaciones en Tokio anunció la creación de un cerebro artificial con 100.000 neuronas que ya se emplea exitosamente en robots, aunque no me crean.

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