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Proyecto Visión 21

Aquello que descartamos quizá sea nuestra salvación

Durante mucho tiempo los científicos buscaron encontrar el “secreto” que le permite al cemento usado por los romanos hace 2000 años ser más efectivo y duradero que el cemento moderno. Y solamente ahora, según parece, investigadores de Estados Unidos, Italia y Suiza hallaron la respuesta, pero la encontraron el lugar menos esperado: entre lo descartado como “impureza”.

Un reciente reporte en la revista especializada Science Advances revela que la ultradurabilidad del cemento romano en puentes, acueductos, cañerías, murallones y edificios se debe a la presencia de milimétricos clastos de cal, es decir, fragmentos rocosos de poca antigüedad (relativamente hablando).

Dos elementos del informe mencionado me llamaron la atención. En primer lugar, la presencia de los fragmentos de cal en el cemento romano ya era conocida, pero no se la había estudiado porque los científicos la consideraban “evidencia de una mezcla mal hecha y de pobre calidad”. 

En segundo lugar, precisamente por la presencia de esos pequeñísimos componentes (ausentes en el cemento moderno), el cemento de los romanos tenía “propiedades de curarse a sí mismo”, es decir, al formase incluso una pequeña rajadura en el cemento antiguo, los clastos de cal funcionaban automáticamente como un súper pegamento e inmediatamente la sellaban, antes de que pudiese expandirse.

Los investigadores descubrieron que, de esa manera, la rajadura quedaba bien sellada en cuestión de días y que en dos semanas la reparación era permanente, volviendo impermeable a toda el área antes afectada.

Esa situación me hizo pensar que nosotros, en transcurso de la vida y debido a la vida misma, vamos desarrollando pequeñas grietas en nuestra mente y en nuestro corazón (y en nuestro espíritu), grietas y resquebrajaduras que tienen la capacidad de sanarse a sí mismas, pero que no lo hacen, porque aquello que nos sana es considerado como “desperdicio” en la sociedad actual.

Dicho de otro modo, aunque, como sucede con el cemento romano, tenemos el poder sanador dentro de nosotros, no lo usamos porque nos han enseñado a ignorarlo como algo “inservible” o “sin ninguna funcionalidad”. 

Entonces, como les pasó a los investigadores que buscaban resolver el “misterio” del cemento romano, nosotros, en la vida real, comenzamos a buscar respuestas en el lugar equivocado, a pesar de que la respuesta siempre ha estado a la vista. Mientras tanto, dejamos que nuestras grietas sigan creciendo hasta que nuestras vidas comienzan a desmoronarse. 

Lo más triste de esa situación es que, a la vez que nuestras vidas se desmoronan (en cualquiera de los muchos ámbitos de nuestras vidas), aquello que podría mantenernos en pie a pesar del paso del tiempo y a pesar de los embates de la vida siempre está presente dentro de nosotros, pero no lo vemos ni lo activamos, sea porque lo desconocemos o lo rechazamos. 

Por eso, buscamos “salvarnos” por medio de inútiles cosas externas y lo que único que logramos es alienarnos de nosotros mismos. Pero, como famosamente dijo el poeta alemán Johann Hölderlin en su himno Patmos, “Donde está el peligro, allí también crece lo que salva”.

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