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Proyecto Visión 21

Acumulando frustraciones y energía en la vida diaria

Francisco Miraval

En una de las clases que estoy cursando en estos meses surgió una interesante pregunta: ¿Qué te da energía para tu vida diaria?

La pregunta no es tan sencilla como parece porque, entre otras cosas, parece asumir (correctamente, desde mi punto de vista) que la vida diaria, la rutina del día tras día, se opone y hasta interrumpe un llamado mayor, un propósito más profundo, al quitarnos la energía para responder a ese llamado y cumplir con ese propósito.

El enfrentarme con esa pregunta inmediatamente pensé en cuán larga sería la lista de todo aquello que en la vida diaria me llena de frustraciones, grandes y pequeñas, quitándome así la energía.

Por ejemplo, ¿por qué las actualizaciones de la computadora siempre ocurren en el momento que uno está más apurado y más necesita usar la computadora? ¿Y por qué siempre hay obras de construcción, congestionamientos de tránsito, o accidentes precisamente en las calles por las que uno necesita transitar?

Y si a eso se le suma la descortesía en el trato que uno recibe en muchos negocios, las promesas incumplidas, los cheques que no llegan y los inevitables problemas menores de todos los días (siempre hay algo que reparar o reemplazar), las frustraciones se acumulan a tal nivel que al final uno pierde la energía que a uno le gustaría dedicar a algo mejor.

Pero más allá de los inconvenientes diarios (“Basta a cada día su propio mal”, enseñaba un maestro hace dos milenios), lo que más me quita energía es la interacción con personas con mentes y corazones cerrados, sin empatía, incapaces de abrirse al próximo, de verse a sí mismos en otros, y sin deseos ni de aprender ni de ayudar. Y esas personas son legión (en más de un sentido).

A la vez, no puedo ni quiero vivir en esa negatividad. Aceptar la negatividad como algo normal no sería saludable ni para mi mente ni para mi espíritu y sólo colaboraría a aumentar la contagiosa espiral de negatividad que hoy nos afecta a muchos en nuestros lugares de trabajo.

Por eso, debo dejar de pensar en aquello que me quita energía para pensar en aquello que me provee energía, que me renueva y me motiva a ir más allá de la cotidianeidad para ver más allá del horizonte del futuro y trabajar a favor de aquellos a quienes nunca voy a conocer y de las generaciones que nunca voy a llegar a ver.

¿Qué me da energía? Aquellas personas que me ofrecen buenos consejos sin habérselos pedido, sin intenciones de criticar y sin esperar nada a cambio. Y también aquellas personas para quienes ni su edad, ni su condición física ni si situación socioeconómica son razones para dejar de perseguir su grandes metas y sueños.

Pero ante todo la energía proviene de personas curiosas, empáticas y valientes, para quienes el futuro aún no está escrito y las posibilidades resultan ilimitadas. Esas personas parecen conectadas con alguna fuente universal de energía. Quizá por eso su presencia nos energiza.

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