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Proyecto Visión 21

A veces se forma un inesperado vacío que no podemos llenar

Con motivo de las recientes fiestas de fin de año recibí de regalo un rompecabezas. No es una de mis actividades preferidas porque armar un rompecabezas requiere paciencia, que, a su vez, no es una de mis mejores características. Pero la ocasión festiva y la colaboración de la familia me llevaron a participar del intento de resolver el rompecabezas de 1000 piezas en sólo dos días.

Y, respondiendo al desafío, dos días después 999 de esas piezas estaban en su lugar correcto. ¿Qué pasó con la pieza faltante, de hecho, la más fácil para encontrar por sus múltiples colores? Simplemente no estaba. Y no es que la perdimos por descuido. Mi impresión es que nunca formó parte del paquete original. 

Por eso, mi ejercicio de paciencia y de deducción, y el ejercicio familiar de trabajo en conjunto para completar el rompecabezas, sólo tuvo una efectividad parcial. Nos faltó el 0,001 por ciento para alcanzar la meta total. Pero no la alcanzamos. Y el lugar vacío es más prominente que todas las otras 999 piezas juntas. 

A pesar de nuestro altísimo índice de compleción de la tarea y de nuestra dedicación a esa tarea, un sentimiento de frustración se apoderó de nosotros por no poder colocar la última pieza en su lugar y completar así la imagen completa del rompecabezas.

Obviamente, el buen momento de las fiestas y la buena compañía hicieron que la frustración se esfumase inmediatamente y la pieza faltante se transformó en un risueña y efímera anécdota. Pero no pude quitarme de mi mente esa experiencia. De hecho, me pregunto si la vida misma no será como un rompecabezas eternamente incompleto.

Pensémoslo de este modo: día tras día, con todas nuestras acciones y pensamientos, agregamos nuevas piezas al rompecabezas de nuestra vida. Como no tenemos un modelo terminado que nos sirva de guía, confiamos que las “piezas” (familia, hijos, trabajo, estudios, ocupaciones) van acomodándose en su lugar correspondiente. Y con esa creencia vivimos.

¿Pero qué pasaría si, ya al final de la vida, cuando sabemos que nos quedan pocas piezas para completar el rompecabezas, encontramos que nos falta una? En otras palabras, ¿qué sucedería en nuestra mente y en nuestro corazón si descubrimos que nuestra vida quedará eternamente incompleta y con un lugar (existencial) vacío e imposible de llenar?

Al tratar de completar el rompecabezas y no poder hacerlo, me pregunté por qué no tomé consciencia antes de llegar al final de esa tarea de que faltaba una pieza. Por ejemplo, podría haberlas contado y entonces, si llegase a faltar una, el juego ya no era resolver el rompecabezas sino descubrir la pieza faltante.

Pero en la vida no podemos contar nuestras piezas de antemano y, por lo tanto, no sabemos si nos falta alguna. Quizá sea una ventaja no saberlo. Quizá, si lo supiésemos, decidiríamos ni siquiera intentar resolver el rompecabezas de la vida.

Sea como fuere, un inesperado vacío donde evidentemente debería haber algo resulta frustrante. Pero el futuro juega a esconderse detrás de nuestras frustraciones. 

 

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