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Proyecto Visión 21

“¡Ya nadie va a querer viajar al espacio!”

Recientemente compartí en las redes sociales una historia sobre el inicio de vuelos espaciales civiles y comerciales, incluso con propósitos de turismo, un momento histórico para los viajes al espacio. Casi inmediatamente, alguien respondió: “Pero acaba de explotar un cohete. ¡Ya nadie va a querer ir al espacio!”

Pero ¿es realmente así? ¿Solamente porque explotó un cohete experimental de SpaceX ya nadie va a querer viajar al espacio? Obviamente, el argumento carece de sentido. A lo largo de la historia de la llamada “carrera espacial” hubo numerosas explosiones y pérdidas de vidas, incluyendo Apolo 1 (1967) y los trasbordadores espaciales Challenger (1986) y Columbia (2003). 

A pesar de eso, y quizá precisamente por las lecciones aprendidas luego de esas tragedias (y otras tanto en Estados Unidos como en Rusia), los viajes espaciales continuaron y seguramente continuarán.

Pero la absurdidad de creer de que por un accidente las personas ya no estarán interesadas en un cierto modo de transporte queda en evidencia cuando se piensa que, a pesar de que cada cierto tiempo algún avión sobre de un accidente, los aviones siguen volando. Y, si no fuese por la pandemia, los aviones seguirían llenos de personas en todos sus destinos.

A otro nivel, más cercano a la vida diaria, pocos son los que creen que habría que dejar de usar automóviles debido a los numerosos accidentes de automóviles casi en cualquier lugar donde se usa este tipo de vehículos. De hecho, yo creo que, en muchos casos, el problema son los malos conductores, no los carros en sí. 

Si nos abstuviésemos de hacer algo solamente porque alguien tuvo un problema al intentar hacerlo (incluyendo lamentables pérdidas de vidas), entonces nunca haríamos nada. Por ejemplo, innumerables barcos se han hundido a lo largo de la historia y sin embargo se siguen construyendo y usando. 

Pero quizá el más profundo efecto paralizando de una tragedia, de un contratiempo, de un fracaso sea el de paralizarnos al punto de impedirnos ver un futuro distinto al presente.

En su famoso discurso del 12 de septiembre de 1962, el presidente John Kennedy dijo que “Elegimos ir a la luna en esta década y hacer otras cosas no porque esas cosas son fáciles, sino porque son difíciles”. 

Precisamente al enfrentarse a esas dificultades (reales o creadas por nuestra imaginación) uno comienza a conocer sus propios límites y, por eso mismo, uno aprende a superarlos. Repentinamente, lo que parecía imposible deja de serlo. Lo inalcanzable ahora se alcanza. Lo soñado, se hace realidad. Pero no porque resulte sencillo.

Después de todo, si fuese solamente por una cuestión de facilidad, de simpleza y de sencillez, nunca saldríamos de la infancia (quizá ni siquiera de la cuna) y viviríamos toda la vida esperando que alguien nos alimente, nos cuide y nos proteja. Pero esa eterna infancia (cada vez más común en nuestros días, lamentablemente) no es vida, sino mera perpetuación de la inmadurez. 

En definitiva, la vida no es fácil, pero eso no significa que no valga la pena vivirla. 

 

 

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