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Proyecto Visión 21

Si no vemos el camino, no significa que el camino no existe

Hace algunos años, manejando de regreso a la casa por una carretera local, un camión que transitaba en la misma dirección provocó tal salpicadura que mi parabrisas quedó lleno de barro, impidiéndome ver la carretera. El incidente se solucionó inmediatamente y sin contratiempos. Pero esos poquísimos segundos parecieron más largos de lo que realmente fueron.

¿A qué se debió esa distorsión temporal? A la “angustia” (por así decirlo) de no ver el camino, pero, a la vez, saber que yo tenía que seguir transitando por ese camino. Y entre todo lo pensé en ese momento (cómo limpiar rápidamente el parabrisas, qué hacer para mantener mi carril, cómo evitar una nueva salpicadura), hubo algo que no pensé: que el camino ya no existía.

Dicho de otro modo: resulta absurdo pensar que solamente porque yo no puedo ver la carretera (por el barro pegado al parabrisas), la carretera ya no existe. Pero, si somos honestos, eso es exactamente lo que hacemos en el camino de la vida. Cuando ya no vemos el camino, por las circunstancias que sean, creemos que ese camino ya no existe.

Pero ¿por qué el barro contra el parabrisas resultó problemático? Porque, como resulta obvio, el parabrisas está hecho para mirar a través del parabrisas, y no para mirar al parabrisas. En otras palabras, si el parabrisas se hace presente (porque se opaca), entonces estamos en problemas: ya no vemos más allá de ese vidrio.

Lo mismo sucede, podemos decir, con nuestras ideas, creencias, credos y opiniones. La mayor parte del tiempo no les prestamos atención. No las vemos. De hecho, vemos la realidad a través de nuestras ideas, pero no vemos las ideas mismas. Pero si la vida embarra nuestro andar, las ideas se opacan, se vuelven visibles y necesitamos “limpiarlas” para ver el camino.

Sin embargo, en muchos casos (quizá en la mayoría de los casos), hacemos precisamente lo contrario: nos aferramos a las ideas, creencias, credos y opiniones “embarradas”, opacadas, cerradas. Y decimos y proclamamos que, si nosotros no vemos el camino, ese camino no existe.

De esa manera, como no vemos más allá del parabrisas de nuestras ideas, nuestro mundo se reduce. Y un mundo reducido nos obliga a cerrar nuestra mente, nuestro corazón y nuestra voluntad. Y entonces el mundo se reduce aún más y el ciclo se repite con mundos cada vez más pequeños. 

Cuando esa situación se vuelve intolerable (y tarde o temprano eso es lo que sucede), en vez de limpiar el parabrisas, en vez de “desembarrar” las ideas, adoptamos una peligrosísima actitud, la del autoengaño. No solamente creemos que tenemos razón y los otros no, sino que creemos que sabemos más que los otros y que somos más inteligentes que los otros. 

En ese momento, el espiral hacia abajo se intensifica y entonces comenzamos a buscar culpables y chivos expiatorios. Nuestra contribución al campo social de la negatividad se intensifica y, aún peor, contagiamos a otros con la enfermedad del autoengaño. 

Mientras tanto, la vida sigue su inexorable camino.

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