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Proyecto Visión 21

¿Qué nos ha enseñado la pandemia global durante su primer año?

A un año del inicio de la pandemia del COVID-19, una crisis de salud global que en muchos aspectos paralizó al planeta. ¿qué lecciones nos ha enseñado esta pandemia? La respuesta es clara: muchas lecciones. Pero ¿cuántas de esas lecciones hemos aprendido? La respuesta también es clara: ninguna. 

Escuché muchas veces decir que existen dos clases de niños con mala conducta: los mal educados y los mal aprendido. Los mal educados son aquellos que, por el motivo que sea, no recibieron una buena educación socioafectiva por parte de sus padres o los adultos a cargo y no pudieron o supieron adaptarse a la sociedad. 

A su vez, los mal aprendidos son aquellos a quienes sus padres o los adultos a cargo los educaron de la mejor manera posible y, aun así, por el motivo que sea, no logran ajustarse a una vida social aceptable y, de hecho, generan problemas y causan dolor para aquellos cercanos a ellos e incluso para desconocidos. 

A nivel planetario, nosotros, los seres humanos, actuamos como niños mal aprendidos: no importan cuántas buenas lecciones nos enseñen, nunca las aprendemos. 

La pandemia del COVID-19 (una de las tantas pandemias que desde hace milenios han azotado a la humanidad) desnudó la fragilidad y la irracionalidad de nuestras acciones y de nuestros pensamientos, obsesionados con lo efímero, lo superficial y lo inconsecuente, sin importar el daño irreparable causado al planeta y a los otros. 

Por eso, cualquier lección que podríamos haber aprendido de la pandemia ya se esfumó. De hecho, creo que le dedicamos más energía mental a no aprender esas lecciones que a combatir la pandemia. 

El virus todavía sigue así y la amenaza continúa y, lejos de superar la pandemia, claramente ha cobrado un nuevo impulso toda una manera de pensar basada en la anticiencia y en la antirracionalidad. (Al decir “anticiencia” no sugiero ni por un momento que la ciencia debe ser endiosada ni considerada como la palabra final. Y la auténtica racionalidad supera al mero pensamiento silogístico). 

El virus removió el velo del autoengaño que nos habíamos impuesto de creer que todo estaba bien y que todo iba a seguir bien. O, si se prefiere, el autoengaño que confunde nuevas tecnologías con progreso y compras inútiles y endeudantes con felicidad. 

Poco duraron los días de dejar de escuchar el ruido humano para escuchar los mensajes de la naturaleza. Se consideró antinatural quedarse en la casa y pedirles a los padres que colaboren en la educación de sus hijos. Las vidas humanas pasaron a un segundo lugar porque, obviamente, lo importante es salvar la economía, es decir, la misma economía que causó la pandemia. 

Todas las lecciones que podríamos haber aprendido y que podrían haber llevado a un renacimiento y a una transformación de la humanidad fueron rápidamente aplastadas por innumerables teorías de conspiración y por un fundamentalismo religioso tan intransigente que duele pensar que sea real. 

Al planeta le duele nuestra insensata presencia. Le duele mucho. Pero todavía no lo aprendemos. Somos unos malos aprendidos. 

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