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Proyecto Visión 21

¿Qué debemos hacer cuando nuestros dirigentes resultan nuestros peores enemigos?

Recientemente me encontré, sin haberlo planeado, con un dirigente comunitario de larga trayectoria y reconocimiento por su trabajo supuestamente en beneficio de la comunidad. Y digo “supuestamente” porque, según esta persona, nosotros nos merecemos vivir en la pobreza y la ignorancia. Por eso, ¿qué hacer cuando nuestros dirigentes resultan nuestros peores enemigos?

Me gustaría mucho que el encuentro arriba mencionado con el dirigente comunitario fuese sólo un invento de mi imaginación, pero no es así: fue algo muy real. Y me gustaría aún más que ese tipo de encuentros y de declaraciones fuesen solamente una excepción, pero no es así: se repiten con demasiada frecuencia.

En definitiva, según este dirigente, nosotros debemos ocuparnos de “sobrevivir” ya que no tiene sentido que “gente como nosotros” busque ir a la universidad. De hecho, dijo, “no nacimos para eso”. Según señaló, en vez de pensar en construir un futuro, deberíamos dedicarnos a preservar la tradición en la que hemos sido educados.

Le pregunté, con sincera curiosidad, de qué manera se puede preservar la tradición cuando el mundo ya no es lo que era, cuando el futuro cambió, y cuando la tradición de que la él hablaba es algo que sucedió en otro país y en otra época ya muy distante.

Su respuesta fue que yo debería asistir a su iglesia para escucharlo predicar (su interpretación del mensaje cristiano, agrego yo) y recibir así las respuestas que yo busco.

Debo aclarar que no me opongo ni por un momento a la posibilidad de la revelación divina (sea en el contexto religioso o espiritual que fuese), pero sí me opongo a quienes creen que su dogma equivale a esa revelación y que ellos son los únicos que puedan impartirla o controlarla. Y me disgusta profundamente que luego sean esas personas las que deciden que nosotros debemos vivir en pobreza e ignorancia.

Aún peor, son esas mismas personas las que luego aparecen en los programas de radio y televisión como “expertos”, “sermoneándonos” (en el peor sentido de la palabra) sobre nuestras vidas. Y además se los invita a cuanto comité o grupo de consulta existe, se los recompensa con subsidios y cada año reciben algún premio por sus “aportes”.

Mientras tanto, cuando se descuidan durante una conversación inesperada en un restaurante, revelan sus verdaderas intenciones, las de mantener tan oprimidos como ellos puedan a su propia comunidad, haciéndoles creer que no existen alternativas ni futuro e imponiéndose como el límite de lo que otros pueden alcanzar.

Debido al contexto de la conversación y porque las circunstancias no lo merecían, decidí que era muy prudente mantener la calma ante los disparates que este “dirigente” profería. Y luego llegó lo peor, con comentarios contra las mujeres y contra la comunidad LGBT, a la vez que este dirigente se autodefinía como “con un corazón abierto”.

¿Qué se puede hacer? Con esa clase de personas, poco y nada. Quizá dejar que la divinidad intervenga. Pero ya es hora de crear espacios sagrados de autodescubrimiento para los afectados por esos “dirigentes”.

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