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Proyecto Visión 21

¿Podemos todavía dialogar con nosotros mismos en la época de las redes sociales?

Se sabe desde hace décadas que la inteligencia no es una sola, sino que existen distintos tipos de inteligencia y uno de los más interesantes es la inteligencia intrapersonal, ese diálogo interno que cada uno tiene consigo mismo y que, bien practicado, nos aleja del autoengaño y nos centra en la realidad. Pero ¿es posible dialogar con uno mismo en la época de las redes sociales?

Mi argumento es, primero, que las redes sociales representan la externalización de nuestros pensamientos y que, por eso mismo, lo que antes era un diálogo interno y exclusivamente interno (muchas veces incluso secreto), ahora se ha externalizado, impactando así de manera negativa nuestra inteligencia intrapersonal. 

Además, esa externalización de nuestro diálogo interno tiene otro efecto, el de buscar reacciones (“Me gusta”). Tan fuerte es ese deseo que, si publicamos algo en las redes sociales y no obtenemos ninguna respuesta, creemos que el universo mismo en toda su extensión se ha olvidado de nosotros. 

Y tan fuerte es ese deseo que inmediatamente nos desamigamos de quien publica algo que no nos gusta, o que tratamos de manipular a otros para que compartan lo que nosotros publicanos por medio de expresiones como “Estoy seguro de que no lo vas a compartir porque…” o “Hagamos esta imagen viral”, o expresiones parecidas.

En definitiva, no solamente no pensamos sobre nosotros mismos dentro de nosotros mismos, sino que ese diálogo externalizado se basa estrictamente en cálculos diseñados para ver cuánto respaldo podemos llegar a tener, cuán “influencer” llegamos a ser, y cómo podemos monetizar esa influencia que tenemos sobre nuestros seguidores. 

Por eso, mi argumento es, en segundo lugar, que la externalización de los pensamientos internos en las redes sociales hace desaparecer el diálogo interno y lo reduce a maquiavélicas calculaciones basada en las actividades de nuestro cerebro reptiliano (por así decirlo), muy alejadas de todo autodescubrimiento.

Pero ¿en qué consiste ese diálogo interno de uno con uno mismo, esa inteligencia intrapersonal? Entre los mejores ejemplos que podemos citar figuran, como no podría ser de otra manera, dos de las historias cortas de Jorge Luis Borges: “Borges y Yo” y “El Otro”. 

En uno y otro caso, Borges es plenamente consciente que él está hablando con él mismo, pero no cae en el error y la ilusión de aferrarse a ese diálogo consigo mismo como si hubiese algo más que sólo el diálogo (o, quizá mejor, que la memoria del diálogo). 

Todo intento de decir algo más sobre cómo Borges ejemplifica, encarna y trasciende ser él mismo y el otro a la vez en diálogo continuo y coherente excede, con mucho, los reducidísimos límites de esta columna. Pero una cosa es cierta: cuando Borges, ya anciano, se encuentra con el Borges joven, no necesita que una red social le recuerde su pasado. 

Sin diálogo interno, sin inteligencia intrapersonal, no puede haber consciencia propia y, por lo tanto, consciencia constante. Y, como resultado, los otros tipos de inteligencia desaparecen o se reducen. Sin diálogo interno inevitablemente nos convertimos en zombis. 

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