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Proyecto Visión 21

¿Cuál es el estado opuesto al de la consciencia plena y constante?


Hace muchos años aprendí que lo opuesto al amor no es el odio, sino la indiferencia, porque en el odio sigue existiendo una relación (negativa y destructiva) entre las personas involucradas, mientras que en la indiferencia ya no existe relación alguna. Por eso, entre las expresiones cotidianas figura aquella metáfora de “matar con la indiferencia”. 

Y recientemente aprendí que lo opuesto al estado de consciencia plena y constante (“mindfulness”, en inglés, un término tan devaluado en la actualidad como el de “amor”) no es el estar distraído, porque durante la distracción siempre existe la posibilidad de dejar de distraernos y de regresar a lo que estábamos pensando antes, es decir, de tomar conciencia de nuestro pensar.

Lo opuesto de la consciencia plena (la autoconsciencia que se reconoce como tal) es la irresponsabilidad, es decir, no aceptar las consecuencias de nuestras acciones y palabras ni tampoco asumir la responsabilidad que nos compete como personas y como individuos para con nosotros y para con otros, tanto en el presente como en el futuro. 

En definitiva, lo opuesto de la consciencia plena no son aquellas distracciones en las que caemos tan frecuentemente debido a las múltiples trampas de los medios de comunicación y de las redes sociales, sino aquel estado de ser y de vivir que simplemente consiste en creer que todos los otros son responsables de los que nos pasa y que nosotros somos víctimas (no creadores) de la vida.

Queda claro que aquella persona que vive sin hacerse cargo de su propia vida buscará todas las maneras posibles para evitar asumir su propia responsabilidad y empleará todos los mecanismos de defensa a su alcance para no escuchar ni mucho menos aceptar invitaciones para dejar de lado esa inmadura postura.

Este tema, obviamente, es tan antiguo como la famosa Alegoría de la Caverna de Platón (en donde los encadenados dentro de la caverna se niegan a abandonarla) o como la dialéctica entre amo y esclavo de la que ya hablaba Aristóteles, en la que, como él bien decía, el peor esclavo no es quien se sabe esclavo, sino quien se cree amo, porque entonces nunca intentará liberarse.

Y así estamos nosotros, viviendo dentro de una caverna tecno-científica de nuestra propia creación y creyéndonos amos, señores y dueños de nuestra vida cuando en realidad tenemos poco un ningún control sobre nuestras acciones, pensamientos y deseos. 

Y esa irresponsabilidad hacia nosotros mismos (y hacia el planeta) ha llegado a tan nivel que hemos comenzado a delegar en la inteligencia artificial decisiones que antes eran de responsabilidad única y absoluta de los seres humanos, con todas nuestras falencias y virtudes.

En vez de ser personas, nos hemos convertido en una caja de resonancia (per-sonare) sin consciencia ni de lo que somos ni de lo que podemos llegar a ser. Como bien dice Byung-Chul Han, ahora nos explotamos a nosotros mismos y a eso lo llamamos “superación personal”. Por eso, el “Me gusta” reemplazó al “Amén”. Y para colmo de males, nuestra irresponsabilidad ya es intergeneracional. 

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