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Proyecto Visión 21

“¿Y usted por quién va a votar?”

Francisco Miraval

A ocho meses de las elecciones presidenciales en Estados Unidos y en el marco de una campaña un tanto “inesperada”, cada vez son más frecuentes las conversaciones en las que surge la pregunta “¿Y usted por quién va a votar?” Me permito compartir aquí una de las respuestas que recientemente escuché.

En una conversación que me tocó escuchar, una de las personas respondió que simplemente no votaría porque votar por cualquier candidato, fuese del partido que fuese y sin importar la plataforma política o la ideología de ese candidato, equivale, según esa persona a “votar en contra de Dios”.

Aunque estoy acostumbrado a serios debates teológicos y a amplias conversaciones sobre temas sociales, creo que nunca había escuchado antes expresar con tanta claridad la supuesta conexión entre participar en un acto cívico y democrático (es decir, votar) y alinear o no la vida personal con los deseos y propósitos de la divinidad.

La persona en cuestión explicó que, dado que “Dios” no había elegido a ninguno de los candidatos a la presidencia, eso significaba que todos ellos habían sido “rechazados por Dios”, por eso, ir a votar se convertiría en una afrenta a la deidad.

Debo confesar que he escuchado muchas otras razones mucho más sencillas para no votar, desde “No me interesa” a “Son todos unos corruptos”, pasando por “No tengo tiempo” y “La política es muy complicada”.

No veo la necesidad de rechazar a las elecciones sobre la base de una complicada maniobra teológica distinguiendo entre “elegidos” y “no elegidos”, a menos, claro está, que la persona que ofrece esa explicación quiera ubicarse entre los “elegidos” y, por eso, más allá de circunstancias meramente mundanales como ir a votar.

Pero, más allá del sarcasmo en mi reacción a tal propuesta, existen dos serios peligros en invocar a la deidad para no participar de la vida cívica.

El primer peligro es el de “usar” ciertas creencias para desentenderse de los desafíos y del destino de la comunidad en la que vivimos. El segundo peligro es del “demonizar” no sólo a los candidatos sino también a todos aquellos conectados de alguna manera con esos candidatos. (Obviamente, algunos candidatos facilitan su propia “demonización”, pero ese es otro tema).

Dicho de otro modo, “No quiero votar” se transforma en “Dios no quiere que yo vote” y luego en “Votar va en contra de la voluntad de Dios” que a su vez deriva en “Todos van en contra de la voluntad de Dios” que lleva a la conclusión que “Todos son malos” y, por eso, “No me tengo que preocupar por lo que le pase a los demás”.

En una época de alto individualismo e innegable narcisismo, donde la apatía social es diariamente palpable, acudir a “Dios” para desentenderse de la responsabilidad social parece absolutamente innecesario, a menos que un profundo deseo de auto-justificación “espiritual” genere esa explicación.

Me pregunto qué otras complicadas excusas esta persona usa en los años en los que no hay elecciones para justificar su desapego por el próximo.

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