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Proyecto Visión 21

¿Y entonces cuál es su especialización?

Francisco Miraval

Recientemente me invitaron a dirigir un diálogo comunitario sobre educación. El organizador del evento tuvo la amabilidad de presentarme con mi título, “Doctor”, antes de mi nombre. Casi inmediatamente, una de las participantes me preguntó “¿Y entonces cuál es su especialización?”.

“Filosofía y teología”, le respondí.

“Ah. Yo pensé que usted era un doctor en serio”, indicó.

¿Un doctor en serio?, tuve la intención de decir, con el claro propósito de desafiar su creencia de que existe una sola clase de doctorado y que los otros doctores no son doctores en serio. Pero no dije nada. No era ni el momento ni el lugar.

Simplemente le dije que, si ella o alguien de su familia experimentaba, Dios no lo quiera, una emergencia médica, lo mejor era no llamarme a mí, sino a un “doctor en serio”. Pero si ella o algún conocido llegasen a experimentar una crisis existencial, entonces con toda confianza podían llamarme.

No creo que mi interlocutora que haya entendido, pero tampoco yo lo esperaba. Después de todo, ella tiene razón: el porcentaje de hispanos dedicados a las humanidades (filosofía, teología y temas relacionados) es muy bajo. Y el porcentaje de hispanos interactuando con alguien (hispano o no) dedicado a las humanidades es aún más bajo.

Por eso, surge la frecuente confusión de creer que sólo aquellos dedicados a la medicina son verdaderos doctores, mientras que otras personas con ese título son (¿cómo decirlo?), no serios.  Y una de las consecuencias de esa experiencia de constantemente ver que los estudios que uno realizó no son aceptados o valorados es que uno mismo comienza a dudar de su título.

Dicho de otro modo, uno mismo comienza a sentirse como un impostor.

En abril pasado hice una presentación en una universidad local sobre ese tema, es decir, cómo los académicos de ciertos grupos antes llamados “minoritarios” nos sentimos casi como impostores ante la diaria lucha para que se nos reconozca por lo que somos. Más de 50 educadores universitarios presentes en aquella charla expresaron su propia frustración por las dificultades que ellos también enfrentan para ser considerados como “doctores en serio”.

Pero no hace falta tener un doctorado para sentirse esa presión, como queda claro en el reciente caso de Tiffany Martínez (buscar el blog “Viva Tiffany”) para detalles, cuyo trabajo académico fue rechazado por su profesor porque el catedrático simplemente no aceptó que ella hubiese escrito ese trabajo.

Dejando de lado lo que otros piensen de nosotros, ¿cómo podemos nosotros mismos progresar como comunidad si, por las razones que sea, nos negamos a ver la posibilidad de que algunos de nosotros somos doctores, o académicos, o licenciados “en serio”, y no solamente en medicina?

Debo enfatizar que no me molesta que me llamen “Francisco”. Después de todo ese es mi nombre y “Doctor” es sólo un título. Lo inaceptable es asumir que el nombre y el título no puedan ir juntos. Pero todo está cambiando gracias a jóvenes como Tiffany y tantos otros que elocuentemente desafían los obsoletos estereotipos.

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