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Proyecto Visión 21

¿Se puede llamar a una rosa con algún otro nombre?

Francisco Miraval

Los nombres son cosas serias, o por lo menos lo eran. Hasta hace no mucho tiempo, había pocas razones para cambiarse de nombre y el proceso era generalmente largo y tedioso y siempre supervisado por las autoridades correspondientes, sean religiosas, civiles o judiciales.

De hecho, esas autoridades (es decir, los sacerdotes y los jueces) representan las dos principales razones por las que una persona generalmente cambia su nombre: una conversión religiosa o un nuevo puesto dentro de una organización religiosa, o cuestiones legales, como el matrimonio, el divorcio o uso de seudónimos en casos de artistas.

Por eso, por ejemplo, Octavio cambió su nombre a Augusto (“Divino”) cuando se convirtió en el primer emperador romano. Dos milenios más tarde, Jorge Bergoglio pidió ser llamado Francisco al asumir su puesto como máximo líder de la Iglesia Católica.

Las conversiones religiosas también llevan a cambiarse de nombre. Tras convertirse al cristianismo, Saulo de Tarso se convirtió en Pablo. Y dos mil años después, tras convertirse al Islam, Cassius Clay cambió su nombre a Muhammad Ali.

Existen otras razones para adoptar un nuevo nombre, como, por ejemplo, el éxito artístico. Pocos saben quién fue el mago húngaro Erik Weisz porque todos los conocen por el nombre que usó sobre los escenarios: Harry Houdini. De la misma manera, Samuel Langhorne Clemens es poco conocido, excepto por su seudónimo como escritor: Mark Twain.

Además, en muchas culturas el nombre de una persona cambia al casarse o al divorciarse y en algunas culturas el nombre cambia incluso al tener hijos, cuando la persona pasa a ser llamada “padre (o madre) de…” Otras personas, por ejemplo las víctimas de crímenes o los familiares de dictadores, también piden y muchas veces deben cambiar sus nombres.

Pero todas esas razones (históricas, políticas, religiosas, culturales, sociales, legales, judiciales y artísticas) prácticamente desaparecen en nuestra narcisista época de redes sociales en la que no solamente cualquier persona puede abrir una cuenta con el nombre que le venga en gana sino que puede cambiar ese nombre en cualquier momento con o sin razón y (en muchos casos) cuantas veces quiera.

Al recorrer las redes sociales, una y otra vez y cada vez con mayor frecuencia me encuentro con personas con quienes no recuerdo haberme encontrado antes, sólo para descubrir después que son personas a quienes sí conozco, pero que han cambiado sus nombres.

Comienzo entonces a preguntarse si esas personas se han transformado en emperadores o en pontífices, o si han tenido una conversión religiosa o si han lanzado una carrera artística o algo similar que explique el cambio de nombre. Pero (basado sólo en lo que se ve en esas mismas redes sociales), aparentemente ese no es el caso.

Me parece que en la actualidad los nombres, antes considerados significativos y casi para toda la vida, se han vuelto etiquetas tan fáciles de remover e intercambiar como esas etiquetas autoadhesivas para nombres que se usan en las conferencias (y en las que, en definitiva, cada uno elige el nombre que quiere.)

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