Menu

Proyecto Visión 21

¿Qué sabemos y cuánto recordamos de nosotros mismos?

La semana pasada, buscando algunos documentos, abrí un viejo baúl casi escondido en uno de los rincones menos usados de mi casa, en el sótano debajo de la escalera.

No encontré lo que buscaba, pero me reencontré con muchos recuerdos del pasado, incluyendo una fotografía de cuando yo era niño (creo que una de las únicas imágenes que aún conservo de aquella época).

La situación me llevó a reflexionar sobre cuánto realmente recordamos de nuestro propio pasado y cuánto en definitiva nos dejan recordar. La pregunta no es superficial, ya que recordar el pasado es parte de la identidad presente y del proyecto de vida para el futuro de cada persona.

Dicho de otra manera, la persona sin pasado, por carecer de un ancla histórica y tradicional de la que deriva su identidad, tampoco tiene futuro, sino que (como sucede en algunas películas de ciencia ficción) esa persona está condenada a repetir el mismo día una y otra vez, a comenzar siempre de nuevo, a no llegar nunca  a ningún destino porque no tiene ningún punto de partida.

Creo que una de las experiencias psicológica y emocionalmente más traumáticas para un inmigrante es la presión para adaptarse al nuevo país, presión que a veces se interpreta (para mí, exageradamente) como la necesidad de abandonar todo lazo con el país de origen.

Como respuesta a esa presión (a veces explícita, a veces tácita), muchos inmigrantes guardan su pasado en un baúl, tanto figurativamente como literalmente, y dejan al baúl olvidado en un rincón de su casa y de su vida.

Otros inmigrantes, dicho sea de paso, reaccionan a la presión yéndose al extremo opuesto del péndulo y se resisten a abandonar todo lo relacionado con su país. Ni la renuncia total al pasado propio ni la cerrazón en negarse a aceptar el nuevo contexto cultural son buenas. De hecho, ambos extremos deben considerarse patológicos.

Abrir el baúl y recuperar parte de mi pasado y de mis recuerdos me llevó a preguntarme qué había sucedido para que yo me hubiese olvidado tanto de mi mismo. Creo que tres cosas sucedieron. Primero, la vida misma, que con sus incesantes vaivenes nos ofrece pocas oportunidades para el recuerdo y la reflexión, excepto en ciertas circunstancias.

Segundo, la discontinuidad generacional. Mis abuelos me contaban historias de mis bisabuelos. Pero ahora, con mis padres fallecidos y a miles de kilómetros de mi tierra natal, mis hijos no tienen abuelos contándoles historias de sus antepasados.

Tercero, la avidez de novedades (en palabras del filósofo alemán Martín Heidegger). Vivimos buscando “lo más nuevo”: la noticia más reciente, la última novedad. ¿Por qué es así? Porque el mundo postmoderno carece de la habilidad para percibir al tiempo de una manera saludable. Por eso se concentra obsesivamente en el presente, matando al pasado y a la tradición.

Quizá sea hora de desempolvar el baúl de los recuerdos para retomar y proteger nuestra identidad en medio de un mundo cada vez más desestructurado y deshumanizado. Un mundo sin baúles de recuerdos.

Go Back

Comment

Blog Search

Blog Archive

Comments

There are currently no blog comments.