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Proyecto Visión 21

¿Estamos endiosándonos a nosotros mismos y nuestros negocios?

En la contratapa de una conocida revista empresarial apareció recientemente un aviso a página completa de una conocida marca de computadoras. El aviso afirma (palabra más, palabra menos) que nuestro negocio “nunca duerme” y, por lo tanto, el servicio al cliente de esa compañía “ni siquiera pestañea”.

La consigna del aviso es sencilla: vivimos en un mundo que nunca se detiene, por lo que usamos nuestras computadoras día y noche. Por eso, necesitamos alguien que nunca duerma y que nos ayude las 24 horas del día cada día del año sin jamás descansar.

Es innegable que vivimos en una sociedad globalizada y tecnologizada, en la que los husos horarios y los tiempos de descanso ya no tienen la importancia ni merecen el respeto que antes tenían.  Y también es verdad que la necesidad de resolver un problema técnico es tan apremiante que difícilmente puede esperar al día siguiente.

Sin embargo, la idea de que existe alguien (o algo) que nunca duerme y ni siquiera pestañea, alguien (o algo) a quien podemos acudir en todo momento porque va a estar allí listo y dispuesto para resolver nuestros problemas, esa idea invoca una experiencia que antes se reservaba para otro ámbito de la experiencia.

Hace quizá tres milenios, alguien compuso una canción que eventualmente terminó siendo considerada como texto sagrado y que hoy se conoce habitualmente como Salmo 121. En ese antiguo escrito se afirma, hablando de Dios, que Dios “no se duerme ni se adormece”.

En otras palabras, las características que los antiguos le adjudicaban a la deidad hoy se las adjudicamos al personal técnico y de servicio al cliente.

Difícilmente se pueden extraer conclusiones serias en el marco de estas pocas líneas sobre la relevancia de la similitud entre un texto religioso antiguo y un aviso publicitario moderno. Pero lo cierto es que la similitud existe y no creo que sea mera coincidencia.

Tampoco creo que el personal creativo de la agencia de publicidad que diseñó el aviso haya acudido conscientemente a expresiones religiosas antiguas para recontextualizarlas en el ámbito moderno. Si lo hicieron a sabiendas, vaya mi sincera admiración para esas personas.

Creo que resulta más plausible pensar que la empresa de publicidad captó una necesidad insatisfecha que todos tenemos, la de que alguien esté siempre y constantemente cuidándonos, sin dormirse y sin ni siquiera cerrar los ojos.

Pero ese “alguien”, en el nuevo contexto, ya no es un ser supremo como antes, y ni siquiera un ser superior, sino otro ser humano, o mejor dicho, varios seres humanos, que en conjunto y en total nunca duermen ni se adormecen.

En definitiva, parece que nos hemos endiosado a nosotros y a nuestros negocios. Pero en ese proceso hemos delegado en otros el hecho de “cuidarnos” constantemente. Y de “cuidarnos” a “vigilarnos” hay una corta distancia. El Dios ayudador se confunde ahora con el Gran Hermano controlador.

La tecnología tiene su propia mitología. Por un lado, nos hace creer dioses. Pero por otro lado, hasta nos quita nuestra propia humanidad.

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