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Proyecto Visión 21

¿Estamos creando a la divinidad que nos llevará a la extinción?

Francisco Miraval

En los últimos días, a la vez que se anunció el lanzamiento formal de una nueva religión, digitalismo, para adorar a la Inteligencia Artificial, también se anunció que la Inteligencia Artificial (Alpha Go Zero, de Google) ya no nos necesita.

Ambas historias son recientes y han sido ampliamente difundidas en numerosos medios e idiomas. Básicamente, el digitalismo ya es una religión oficial e insiste que nosotros, los humanos, estamos creando una divinidad artificial (pero, digo yo, real) a la que eventualmente adoraremos. Y, a la vez, Alpha Go Zero aprende por sí sola y (aparentemente) puede autoduplicarse.

Repasemos: creamos un ser súper inteligente que está a punto de tomar consciencia que nosotros no somos necesarios. Suena peligroso, ¿verdad? De hecho, Stephen Hawking, Elon Musk y otras destacadas mentes han advertido sobre ese peligro en reiteradas ocasiones.

Y en su libro Superinteligencia, el filósofo y científico Nick Bostrom afirmó que "la creación de seres súper inteligentes representa un posible medio para la extinción de la humanidad".

Obviamente, existen puntos de vistas más optimistas sobre los beneficios que la inteligencia artificial tendrá para los humanos. Pero ¿podemos correr el riesgo de esperar hasta ver quién tenía razón?

Algunos elementos quedan claros: la inteligencia artificial sigue avanzado y cada vez nos necesita menos. Y no la entendemos.

En cierta forma, la situación no es diferente de lo que sucedió en la década de 1860 en Estados Unidos cuando tomar fotografías era algo relativamente nuevo (había comenzado sólo un par de décadas antes) y se consideraba que esa tecnología era simplemente una manera ingeniosa de robarle dinero a las personas ingenuas.

De hecho, un fiscal de Nueva York, impulsado por su fuerte sentido de moralidad y decencia, se dio a la tarea de llevar a juicio a unos cuantos de los pioneros fotógrafos, acusándolos desde comunicarse con los muertos hasta cometer fraude. Los fotógrafos tuvieron que explicar sus técnicas y eventualmente declarados inocentes. La fotografía sobrevivió a la justicia.

Pero la inteligencia artificial del siglo 21 no es comparable a las técnicas fotográficas del siglo 19, aunque desde cierta perspectiva aparece tan esotérica e incomprensible como lo eran aquellas primeras fotografías para el público que, al verlas, no sabía lo que veía.

Sea como fuere, la inteligencia artificial ahora aprende por sí sola, sin intervención humana, y puede duplicarse. Y además es global, tiene acceso a cantidades impensable de información y ya regula gran parte de nuestra vida. Y cada día nos conoce más y más.

Después de todo, las redes sociales no son otra cosa que sistemas de información regulados por inteligencia artificial, que decide qué mensajes veremos, en qué orden y junto con qué avisos. Y aprenden de nuestros gustos, debilidades y deseos con cada nuevo mensaje que publicamos. Aún más: la inteligencia artificial no es (ni nunca fue) imparcial.

¿Qué se puede hacer? Encontrar un gatito, un atardecer o una frase motivadora que ya se ha repetido miles de veces, y compartirlos, para reafirmar así nuestro derecho al ya no pensar. 

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