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Proyecto Visión 21

¿De qué sirve estar tan conectados si estamos tan distraídos?

Hace pocos días regresaba en mi automóvil hacia mi casa cuando repentinamente la conductora del vehículo a mi derecha realizó una súbita maniobra para cambiarse de carril que me obligó a desviarme y frenar para no chocarla. ¿La razón? La mujer estaba hablando por teléfono y no advirtió que su carril se terminaba.

 

Sólo unos minutos más tarde y a pocas cuadras de distancia, llegué a una intersección con el semáforo en verde cuando un carro se cruzó con semáforo en rojo. Pasamos tan cerca que puede ver que el adolescente que conducía ese vehículo estaba enviando un mensaje de texto y ni siquiera tenía la vista levantada. No sé cómo no chocamos.

 

Esas experiencias de casi chocar contra conductores distraídos, aunque reales, no se comparan con la tragedia del pasado 12 de septiembre en Los Angeles, cuando el ingeniero de un tren de pasajeros, aparentemente distraído porque estaba enviando mensajes de texto, no detuvo la formación a tiempo, chocando contra un tren de carga. En el accidente murieron 25 personas.

 

Por eso mi pregunta inicial: ¿de qué sirve estar tan conectados si estamos tan distraídos? ¿De qué sirve estar conectados con alguien a distancia si, por eso mismo, estamos desconectados de la realidad a nuestro alrededor?

 

Aunque todos los ejemplos arriba mencionados se relacionan con celulares y mensajes de texto, este comentario no es un pedido a dejar de usar el celular si uno está conduciendo. Debería ser obvio que la primera responsabilidad del conductor es prestar atención de lo que está pasando.

 

Pero, aunque realmente me preocupan los conductores de automóviles distraídos por celulares y siempre listos para causar una desgracia, me preocupan aún más los conductores de organizaciones, empresas, agencias y gobiernos que también parecen distraídos, sin saber hacia dónde quieren ir, y aparentemente desinteresados de lo que realmente sucede a su alrededor.

 

Los conductores de vehículos distraídos por celulares ejemplifican, creo, a los dirigentes de todo nivel (educadores, religiosos, políticos, cívicos) quienes, por ignorancia, incapacidad o distracción, o una mezcla de esos elementos, tampoco conducen sus organizaciones de manera adecuada y nos obligan a todos nosotros a realizar bruscas e imprevistas maniobras nada más que para sobrevivir.

 

Hace pocos días, por ejemplo, asistí a la reunión de un grupo de dirigentes religiosos en donde se habló en detalle de las distintas actividades que este grupo realizó y va a realizar, incluyendo conciertos, seminarios, talleres e invitados especiales. Todo, claro, relacionado con ventas de boletos y entradas y, por eso, con gastos y con ganancias.

 

Y a pesar de que el ambiente de esa reunión fue muy lindo, con tiempos de oración y alabanza, me fui con un sabor amargo, ya que en ningún momento se dijo, por ejemplo, que en Denver hay ahora 1.800 estudiantes de las escuelas públicas locales que viven literalmente en la calle, y la mayoría de ellos son niños hispanos entre 5 a 7 años de edad.

 

¿De qué sirve entonces estar conectado incluso hasta con Dios si ignoramos nuestra propia realidad?

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