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Proyecto Visión 21

¿Cuán pequeña es la caja donde guardamos nuestras ideas?

Recientemente, uno de mis alumnos, que siempre se muestra activo y participativo en la clase, respondió muy brevemente a las preguntas de un examen que tuvo que completar en su computadora.

Intrigado por las circunstancias, le pregunté por qué las respuestas habían sido tan cortas, cuando previamente había sido evidente él que conocía bastante bien el tema. Me dijo entonces que sus respuestas en el examen electrónico habían sido cortas porque la “caja” en la que tenía que escribir esas respuestas era pequeña y, por lo tanto, no había lugar para más.

Nunca se le ocurrió a mi estudiante pensar que aunque el tamaño inicial de la “caja” es en realidad pequeño, la “caja” se expande tanto como sea necesario para acomodar a respuestas de todo tamaño.

Mi estudiante vio los límites de la “caja” y no se animó a desafiarlos ni a sobrepasarlos, sino que prefirió restringir sus propias respuestas para acomodarse él a la “realidad”, desconociendo que esa “realidad” estaba hecha para acomodarse a él. (Parte de la paradoja, o no, del incidente es que ocurrió mientras estábamos estudiando las obras de Franz Kafka.)

Creo que mi alumno aprendió la lección y sé que tendrá próximamente oportunidades de expandir los límites de su propia “caja” de la realidad. Pero me pregunto cuántas otras “cajas” existen que nos encierran dentro de imaginarios límites que nunca nos atrevemos a desafiar, a pesar de que esos límites sólo existen en nuestra mente y que contamos con los recursos para sobrepasarlos.

Ciertamente todos estamos encerrados dentro de la “caja” de los medios de comunicación, que nos presentan una “realidad” que, en el mejor de los casos, es sólo un alternativa de lo que está sucediendo y que, en la mayoría de los casos, es una fabricación completa.

Y todos estamos también encerrados dentro de la “caja” de nuestros prejuicios y estereotipos, como el caso de un administrador universitario con el que conversé hace pocos días y que no pudo o no quiso hacer ninguna diferencia entre inmigrantes legales e indocumentados y que insistía en terminar cada frase con “Esto es Estados Unidos”.

En otros casos, el encierro existencial proviene de una tradición mal entendida, o incluso de padres quienes, sin ninguna mala intensión, colocan a sus hijos dentro de las “caja de la realidad” que los padres conocen, pero que no resultan adecuadas para los hijos. Los antiguos griegos llamaban a esa “caja” la “cama de Procusto”.

Otras “cajas” que habitualmente nos “encierran” dentro de límites irreales son la educación y la religión que, al mejor estilo procustiano, nos recortan por aquí y nos estiran por allá para hacernos “encajar” dentro de límites prestablecidos.

Y a veces, y este es el peor de los casos, tanto hemos internalizado esos límites fantásticos que aunque ya no veamos las líneas y aunque nada nos impida ir más allá, de todos modos no nos animamos a hacerlo y negamos nuestra bondad creativa. Habitualmente se describe esta situación como “ser un miembro productivo de la sociedad”.

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